domingo, 28 de junio de 2015

Capítulo 4: ¿Qué le pasa a Tórcer?



            He pensado que os come la curiosidad, que ya no podéis aguantar más sin saber por qué se paró Tórcer en la Página 2, por qué apagó los faros y se quedó más quieto que una estatua. Y creo que hago bien en dejar por un rato a Landa mientras duerme en el trastero y a Olga mientras duerme en la residencia y os cuento qué pasó con Tórcer, con Mandarín y Fernando Reportero y con Blun y Ríder que, como sabéis, ahora están en la Página 2.

            En la entrada de la Página 2 estaba Tórcer con los faros apagados y sin pronunciar palabra, su motor no decía ni pío. Fernando Reportero daba vueltas desesperado y sobre el techo de Tórcer revoloteaba Mandarín.

            -¿Qué le pasará? -preguntó Fernando sin esperar respuesta porque suponía que Mandarín tampoco sabía nada.
            -He oído, en alguna ocasión, que Tórcer necesita mucho cariño...
-respondió Mandarín con inseguridad.
            -Como todos -se apresuró a responder Fernando.
            -Sí, llevas razón, como todos. Pero a veces pensamos que los coches necesitan menos cariño que los árboles o que las flores y eso no es cierto
-dijo Mandarín.
            -No digas tonterías. Todos sabemos que debemos cuidar las cosas que nos hacen la vida más fácil.
            -No te ofendas por lo que voy a decir, pero Tórcer ha hecho un gran esfuerzo viniendo por la carretera de tocino. ¿Y tú sabes bien por qué ha venido por esa carretera?, ¿no?

            Fernando Reportero lo sabía muy bien, igual que todos nosotros y nosotras. Tórcer había decidido circular por la carretera de tocino porque si hubiera ido por la carretera de chocolate negro o por la carretera de chocolate con leche o por la carretera de chocolate blanco, Fernando Reportero se las habría comido. En todo El País de la Sencillez es famoso Fernando por ser muy goloso y por dar malas noticias.

            -Ya, ya -dijo Fernando quitándole importancia.
            -Sabes que ha tenido que guardar muy bien el equilibrio para no resbalar en ningún momento y también sabes que el motor estaba ya cansado y que el tubo de escape echaba mucho humo.
            -Sí, sí, ya me he dado cuenta -dijo Fernando Reportero.
            -¿Y entonces por qué no le has dicho que pare? -preguntó Mandarín.
            -Parece mentira que tú me hagas esa pregunta. Sabes que tenemos mucha prisa, que debemos hablar cuanto antes con la Bicicleta de Agua
-dijo Fernando Reportero.
            -Por lo menos podías haberle dado las gracias por el esfuerzo -dijo Mandarín.
            -No me gusta que me hagan reproches -contestó enfadado Fernando Reportero.
            -Bueno, pues ahí te quedas.
            Mandarín echó a volar y Fernando cerró los puños de indignación. ¿Adónde iba Mandarín?, ¡por Dios! Se iba a morir de curiosidad si no se enteraba.
            -¿Dónde vas Mandarín? -preguntó Fernando.
            -No te lo diré hasta que le hayas dado las gracias a Tórcer -respondió Mandarín.
            -¡Por todos los duendes de los arbustos encantados! -dijo Fernando mientras no dejaba de patalear en el suelo.
            -Dale las gracias y te lo diré -contestó Mandarín.

            Fernando Reportero se puso delante de Tórcer, justo entre los dos faros y se hincó de rodillas:
            -Gracias, Tórcer -Fernando se levantó deprisa.
            -Así no vale, tienes que decirlo de corazón -insistió Mandarín mientras revoloteaba sobre la cabeza de Fernando-. Venga, repítelo.
            -Gracias, Tórcer -Fernando se llevó la mano al pecho-. Te pido perdón por haber sido tan desconsiderado. Por favor, ayúdanos, tenemos que salir de la Página 2. Y además, además... Bueno, además te quiero mucho.

            Fue en ese preciso instante cuando Tórcer encendió los faros y sonrió, puso su motor en marcha y de nuevo se subieron Fernando y Mandarín y emprendieron el camino hacia la Página 1.

            Un gran destello de colores diversos iluminaba la Página 1. Eran los reflejos de agua de la Bicicleta de Agua. Os preguntaréis cómo atravesaron tan rápidamente la Página 2. Es fácil, Tórcer se conocía el camino de memoria. Fueron por el margen izquierdo despacito, despacito, hasta que llegaron al sitio justo donde estaba María la Lechuza y la Bicicleta de Agua.

            -¿Pero qué hacéis aquí? -dijo María la Lechuza mientras se sacudía sus plumas.
            -Hemos venido a veros -dijo Tórcer.
            -¡Qué alegría! -contestó María.
            La Bicicleta se puso a dar vueltas alrededor de María y Fernando. ¡Estaba tan contenta! ¡Qué pena que no pudiera abrazarlos porque si no se borrarían un poquito con el agua! Fernando, impaciente, comenzó el interrogatorio.

            -Bueno, cuéntame qué ha pasado. Angelita Sin Alas está muy interesada en saberlo todo -le dijo a la Bicicleta de Agua.
            -Es muy fácil: no hay nada que saber. Ha desaparecido la Página de los Jardines -dijo la Bicicleta de Agua.
            -¿Para esto hemos hecho tan largo viaje?  -dijo Mandarín algo decepcionado.
            -Yo creo que lo mejor es que descanséis un rato y mientras merendamos podríamos contar historias divertidas -dijo la Bicicleta.
            -Bien, bien -aplaudió Tórcer a quien le encantaban las historias de la Bicicleta-. Venga, cuéntanos una historia.
            -Eso, eso -dijo Mandarín.
            -De eso nada -dijo muy enfadado Fernando Reportero-. Tenemos que resolver este gran problema.
            -Bueno, pero los problemas se resuelven mejor delante de una merienda -dijo la Bicicleta de Agua.
            -Venga, vamos a tomar el té -dijo Tórcer.
            -¡Qué ordinariez!, ¿el té? Donde se ponga un buen chocolate...
-respondió la Bicicleta de Agua.

            Fernando Reportero abrió los ojos, los abrió tanto que parecían los ojos redondos de María la Lechuza. Se imaginaba un mundo lleno de chocolate, un mundo con tierras de chocolate y mares de menta, un mundo de helados de chocolate, un mundo con rascacielos de chocolate. Y sin que nadie le insistiera más, él solo se convenció de que lo mejor era merendar.

            -¿Dónde os apetece merendar? -preguntó la Bicicleta de Agua.
            -Pues, no sé -respondió Fernando mientras miraba las letras mayúsculas que estaban escritas en la primera página: EL PAÍS DE LA SENCILLEZ y que eran divertidos muebles.
            -Tal vez en la N -propuso Tórcer.
            -No en la N, no -respondió Mandarín.
            -Se nos puede caer todo el chocolate al fondo -dijo la Bicicleta de Agua.
            -Tal vez en la Z -dijo Fernando que empezaba a impacientarse.
            -¡Claro, en la Z que es una mesa! Y podemos poner sobre ella un mantelito para que no se manche -dijo la Bicicleta de Agua.




            Todos, muy diligentes, se apresuraron a sacar de la maleta de Tórcer las provisiones que guardaban. La Bicicleta de Agua sacó de su cesta pastelillos de piñones y chocolate que tenía envueltos en papel impermeable. Tórcer guardaba en su interior un montón de cocos y de dátiles. Con el agua de coco y con el chocolate hicieron unos batidos muy ricos y sobre la mesa de la Z pusieron los platos llenos de pastelillos adornados con dátiles y pistachos. Todo estaba muy elegante.

            -¿Qué os parece si la Bicicleta de Agua nos cuenta una historia? -dijo Tórcer.
            -Sí, por favor, cuéntanos una historia -dijo Mandarín.
            -Yo creo que deberíamos hablar de la desaparición de los Jardines
-dijo Fernando, pero nadie le hizo mucho caso y menos que nadie María la Lechuza que bostezaba sin parar porque aún estaba medio dormida.
            -Érase una vez -dijo la Bicicleta de Agua.
            -¡Bieeeeen! -dijo Tórcer- ¡Por fin una buena historia!
            La Bicicleta, agradecida por la admiración de Tórcer le dedicó su historia. Ya sabéis que la Bicicleta, al contrario que yo, sabe contar historias de verdad. Yo soy más torpe, ya lo habéis comprobado. La historia de la Bicicleta de Agua comenzaba así:
            -Érase una vez una mañana que el sol salió temprano y se estiró sobre la tierra. Érase una vez una niña que se despertó esa mañana más sola que un 1. Érase una vez un bloc que estaba perdido en la basura. Érase una vez unos lápices que no sabían qué hacer. La niña se llamaba Landa y dibujó en un bloc un reino de colores, los habitantes de ese reino se llamaban los Sencillos y las Sencillas y el reino se llamaba El País de la Sencillez. Ya se hizo de noche y la historia se acabó.
            -¡Qué pena! -dijo Tórcer.
            -Érase otra vez otro día -volvió a decir la Bicicleta de Agua-. Érase una vez una mañana gris, una niña con frío y cuatro niños que se querían divertir. La niña se llamaba Landa y tenía un bloc donde dormía El País de la Sencillez. Los niños arrancaron una hoja y la tiraron al barro y Landa se puso muy triste aunque pronto encontró la solución. Por la noche su amiga Olga y ella calcaron a Blun y Ríder, el cuidador y la cuidadora de rosas, en la Página 2 del bloc. Y se acabó.

            -¿Es un hecho de tu invención o está inspirado en la realidad?
-preguntó Mandarín con aire de intelectual.
            -Es un hecho real -dijo la Bicicleta de Agua dándose un poquitín de importancia.
            -¡No me puedo creer que Blun y Ríder, mi cuidador y cuidadora de rosas preferidos estén en la Página 2! -dijo Fernando bastante sofocado.
            -No es que lo crea, es que estoy segura de ello -dijo la Bicicleta de Agua.
            -¿Cómo no hemos tropezado con ellos? -dijo Fernando.
            -Una Página vacía es una página inmensa -dijo la Bicicleta de Agua.
            -¡Qué buen oído tienes! ¿Cómo puedes escuchar todo lo del exterior? -preguntó Mandarín.
            -Es fácil, las Bicicletas de Agua y sobre todo si son de una gota de lluvia lo pueden oír todo -dijo la Bicicleta.
            -¡Cómo me gustaría ser un coche de agua! -dijo Tórcer-. Oye, se me acaba de ocurrir, ¿no sabes lo que significa eso de la Sencillez?
            -Es el apellido de Landa, ella es muy natural y espontánea, nada retórica ni engañosa  -respondió la Bicicleta.
            -¿Tú crees que ella nos escucha? -preguntó Tórcer.
            -Yo creo que ella se imagina que nosotros tenemos nuestra vida independiente e intenta respetarla -respondió la Bicicleta.
            -¡Vamos a buscarlos! -dijo Fernando Reportero-. Venga, vamos por Blun y Ríder. Mi cuidador y cuidadora de rosas preferidos.

            María la Lechuza extendió sus alas, Mandarín dio trechas en el aire y Tórcer apagaba y encendía los faros y dejaba sonar el claxon sin parar.
            -¿Puedo ir con vosotros? -preguntó la Bicicleta de Agua.
            -Por supuesto -dijo Tórcer- y si nos cuentas historias mejor que mejor.

            Fernando Reportero no estaba muy seguro de que fuera una buena idea dejarse acompañar por la Bicicleta de Agua y que pusiera chorreando la Página 2. María la Lechuza que hasta entonces había permanecido amodorrada se dio cuenta de lo que Fernando pensaba y tomó la palabra:
            -Yo volaré por encima de vosotros, así podréis seguir el camino que yo señale con mi reflejo de luz. Y tú, Bicicleta, ponte el impermeable de viaje.

            María la Lechuza abrió sus alas brillantes, blancas con gotas de oro y se puso en marcha.
            -Se encontrarán muy solos en la Página 2 -dijo Tórcer.
            -No, nunca estamos solos, siempre hay en nuestra cabeza algún cuento que todavía no nos hemos contado -dijo la Bicicleta de Agua.
            -Pero ellos son cuidadores de rosas, no contadores de cuentos -dijo Tórcer.
            -Y yo soy una Bicicleta de Agua, solo una Bicicleta de Agua.
            -¿Quién te enseñó a contar cuentos? -preguntó Tórcer.
            -Al principio la Página 1 también era una página blanca, solo estaba yo y cuando una se encuentra sin nadie se inventa muchas cosas. Más tarde, Landa escribió el cartel de entrada EL PAÍS DE LA SENCILLEZ. Y cada letra me sirvió para encabezar una historia.
            -¡Qué tristes tienen que estar Blun y Ríder sin ninguna letra en la Página 2! -dijo Tórcer.
            -No os preocupéis por Blun y Ríder, aunque estén perdidos, están juntos y aprenderán a contarse historias.

            María cada vez brillaba más, cada vez eran más esponjosas sus alas blancas, cada vez eran más doradas sus gotas de oro y más plateadas sus gotas de plata, sus ojos eran de un negro luminoso y estaba peinada para atrás.

            -¡En marcha! -dijo Fernando Reportero-. Venga, Tórcer, tú enciende el motor. Tú, Mandarín, vuela con María, que cuatro ojos ven más que dos; y tú, Bicicleta de Agua, tú, síguenos de lejos.
            María la Lechuza, Mandarín, Tórcer, Fernando Reportero y la Bicicleta de Agua salieron a la búsqueda de Blun y Ríder.



                                                            Continuará en el Capítulo 5 titulado
                                                              La Carrera







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