domingo, 28 de junio de 2015

Capítulo 4: ¿Qué le pasa a Tórcer?



            He pensado que os come la curiosidad, que ya no podéis aguantar más sin saber por qué se paró Tórcer en la Página 2, por qué apagó los faros y se quedó más quieto que una estatua. Y creo que hago bien en dejar por un rato a Landa mientras duerme en el trastero y a Olga mientras duerme en la residencia y os cuento qué pasó con Tórcer, con Mandarín y Fernando Reportero y con Blun y Ríder que, como sabéis, ahora están en la Página 2.

            En la entrada de la Página 2 estaba Tórcer con los faros apagados y sin pronunciar palabra, su motor no decía ni pío. Fernando Reportero daba vueltas desesperado y sobre el techo de Tórcer revoloteaba Mandarín.

            -¿Qué le pasará? -preguntó Fernando sin esperar respuesta porque suponía que Mandarín tampoco sabía nada.
            -He oído, en alguna ocasión, que Tórcer necesita mucho cariño...
-respondió Mandarín con inseguridad.
            -Como todos -se apresuró a responder Fernando.
            -Sí, llevas razón, como todos. Pero a veces pensamos que los coches necesitan menos cariño que los árboles o que las flores y eso no es cierto
-dijo Mandarín.
            -No digas tonterías. Todos sabemos que debemos cuidar las cosas que nos hacen la vida más fácil.
            -No te ofendas por lo que voy a decir, pero Tórcer ha hecho un gran esfuerzo viniendo por la carretera de tocino. ¿Y tú sabes bien por qué ha venido por esa carretera?, ¿no?

            Fernando Reportero lo sabía muy bien, igual que todos nosotros y nosotras. Tórcer había decidido circular por la carretera de tocino porque si hubiera ido por la carretera de chocolate negro o por la carretera de chocolate con leche o por la carretera de chocolate blanco, Fernando Reportero se las habría comido. En todo El País de la Sencillez es famoso Fernando por ser muy goloso y por dar malas noticias.

            -Ya, ya -dijo Fernando quitándole importancia.
            -Sabes que ha tenido que guardar muy bien el equilibrio para no resbalar en ningún momento y también sabes que el motor estaba ya cansado y que el tubo de escape echaba mucho humo.
            -Sí, sí, ya me he dado cuenta -dijo Fernando Reportero.
            -¿Y entonces por qué no le has dicho que pare? -preguntó Mandarín.
            -Parece mentira que tú me hagas esa pregunta. Sabes que tenemos mucha prisa, que debemos hablar cuanto antes con la Bicicleta de Agua
-dijo Fernando Reportero.
            -Por lo menos podías haberle dado las gracias por el esfuerzo -dijo Mandarín.
            -No me gusta que me hagan reproches -contestó enfadado Fernando Reportero.
            -Bueno, pues ahí te quedas.
            Mandarín echó a volar y Fernando cerró los puños de indignación. ¿Adónde iba Mandarín?, ¡por Dios! Se iba a morir de curiosidad si no se enteraba.
            -¿Dónde vas Mandarín? -preguntó Fernando.
            -No te lo diré hasta que le hayas dado las gracias a Tórcer -respondió Mandarín.
            -¡Por todos los duendes de los arbustos encantados! -dijo Fernando mientras no dejaba de patalear en el suelo.
            -Dale las gracias y te lo diré -contestó Mandarín.

            Fernando Reportero se puso delante de Tórcer, justo entre los dos faros y se hincó de rodillas:
            -Gracias, Tórcer -Fernando se levantó deprisa.
            -Así no vale, tienes que decirlo de corazón -insistió Mandarín mientras revoloteaba sobre la cabeza de Fernando-. Venga, repítelo.
            -Gracias, Tórcer -Fernando se llevó la mano al pecho-. Te pido perdón por haber sido tan desconsiderado. Por favor, ayúdanos, tenemos que salir de la Página 2. Y además, además... Bueno, además te quiero mucho.

            Fue en ese preciso instante cuando Tórcer encendió los faros y sonrió, puso su motor en marcha y de nuevo se subieron Fernando y Mandarín y emprendieron el camino hacia la Página 1.

            Un gran destello de colores diversos iluminaba la Página 1. Eran los reflejos de agua de la Bicicleta de Agua. Os preguntaréis cómo atravesaron tan rápidamente la Página 2. Es fácil, Tórcer se conocía el camino de memoria. Fueron por el margen izquierdo despacito, despacito, hasta que llegaron al sitio justo donde estaba María la Lechuza y la Bicicleta de Agua.

            -¿Pero qué hacéis aquí? -dijo María la Lechuza mientras se sacudía sus plumas.
            -Hemos venido a veros -dijo Tórcer.
            -¡Qué alegría! -contestó María.
            La Bicicleta se puso a dar vueltas alrededor de María y Fernando. ¡Estaba tan contenta! ¡Qué pena que no pudiera abrazarlos porque si no se borrarían un poquito con el agua! Fernando, impaciente, comenzó el interrogatorio.

            -Bueno, cuéntame qué ha pasado. Angelita Sin Alas está muy interesada en saberlo todo -le dijo a la Bicicleta de Agua.
            -Es muy fácil: no hay nada que saber. Ha desaparecido la Página de los Jardines -dijo la Bicicleta de Agua.
            -¿Para esto hemos hecho tan largo viaje?  -dijo Mandarín algo decepcionado.
            -Yo creo que lo mejor es que descanséis un rato y mientras merendamos podríamos contar historias divertidas -dijo la Bicicleta.
            -Bien, bien -aplaudió Tórcer a quien le encantaban las historias de la Bicicleta-. Venga, cuéntanos una historia.
            -Eso, eso -dijo Mandarín.
            -De eso nada -dijo muy enfadado Fernando Reportero-. Tenemos que resolver este gran problema.
            -Bueno, pero los problemas se resuelven mejor delante de una merienda -dijo la Bicicleta de Agua.
            -Venga, vamos a tomar el té -dijo Tórcer.
            -¡Qué ordinariez!, ¿el té? Donde se ponga un buen chocolate...
-respondió la Bicicleta de Agua.

            Fernando Reportero abrió los ojos, los abrió tanto que parecían los ojos redondos de María la Lechuza. Se imaginaba un mundo lleno de chocolate, un mundo con tierras de chocolate y mares de menta, un mundo de helados de chocolate, un mundo con rascacielos de chocolate. Y sin que nadie le insistiera más, él solo se convenció de que lo mejor era merendar.

            -¿Dónde os apetece merendar? -preguntó la Bicicleta de Agua.
            -Pues, no sé -respondió Fernando mientras miraba las letras mayúsculas que estaban escritas en la primera página: EL PAÍS DE LA SENCILLEZ y que eran divertidos muebles.
            -Tal vez en la N -propuso Tórcer.
            -No en la N, no -respondió Mandarín.
            -Se nos puede caer todo el chocolate al fondo -dijo la Bicicleta de Agua.
            -Tal vez en la Z -dijo Fernando que empezaba a impacientarse.
            -¡Claro, en la Z que es una mesa! Y podemos poner sobre ella un mantelito para que no se manche -dijo la Bicicleta de Agua.




            Todos, muy diligentes, se apresuraron a sacar de la maleta de Tórcer las provisiones que guardaban. La Bicicleta de Agua sacó de su cesta pastelillos de piñones y chocolate que tenía envueltos en papel impermeable. Tórcer guardaba en su interior un montón de cocos y de dátiles. Con el agua de coco y con el chocolate hicieron unos batidos muy ricos y sobre la mesa de la Z pusieron los platos llenos de pastelillos adornados con dátiles y pistachos. Todo estaba muy elegante.

            -¿Qué os parece si la Bicicleta de Agua nos cuenta una historia? -dijo Tórcer.
            -Sí, por favor, cuéntanos una historia -dijo Mandarín.
            -Yo creo que deberíamos hablar de la desaparición de los Jardines
-dijo Fernando, pero nadie le hizo mucho caso y menos que nadie María la Lechuza que bostezaba sin parar porque aún estaba medio dormida.
            -Érase una vez -dijo la Bicicleta de Agua.
            -¡Bieeeeen! -dijo Tórcer- ¡Por fin una buena historia!
            La Bicicleta, agradecida por la admiración de Tórcer le dedicó su historia. Ya sabéis que la Bicicleta, al contrario que yo, sabe contar historias de verdad. Yo soy más torpe, ya lo habéis comprobado. La historia de la Bicicleta de Agua comenzaba así:
            -Érase una vez una mañana que el sol salió temprano y se estiró sobre la tierra. Érase una vez una niña que se despertó esa mañana más sola que un 1. Érase una vez un bloc que estaba perdido en la basura. Érase una vez unos lápices que no sabían qué hacer. La niña se llamaba Landa y dibujó en un bloc un reino de colores, los habitantes de ese reino se llamaban los Sencillos y las Sencillas y el reino se llamaba El País de la Sencillez. Ya se hizo de noche y la historia se acabó.
            -¡Qué pena! -dijo Tórcer.
            -Érase otra vez otro día -volvió a decir la Bicicleta de Agua-. Érase una vez una mañana gris, una niña con frío y cuatro niños que se querían divertir. La niña se llamaba Landa y tenía un bloc donde dormía El País de la Sencillez. Los niños arrancaron una hoja y la tiraron al barro y Landa se puso muy triste aunque pronto encontró la solución. Por la noche su amiga Olga y ella calcaron a Blun y Ríder, el cuidador y la cuidadora de rosas, en la Página 2 del bloc. Y se acabó.

            -¿Es un hecho de tu invención o está inspirado en la realidad?
-preguntó Mandarín con aire de intelectual.
            -Es un hecho real -dijo la Bicicleta de Agua dándose un poquitín de importancia.
            -¡No me puedo creer que Blun y Ríder, mi cuidador y cuidadora de rosas preferidos estén en la Página 2! -dijo Fernando bastante sofocado.
            -No es que lo crea, es que estoy segura de ello -dijo la Bicicleta de Agua.
            -¿Cómo no hemos tropezado con ellos? -dijo Fernando.
            -Una Página vacía es una página inmensa -dijo la Bicicleta de Agua.
            -¡Qué buen oído tienes! ¿Cómo puedes escuchar todo lo del exterior? -preguntó Mandarín.
            -Es fácil, las Bicicletas de Agua y sobre todo si son de una gota de lluvia lo pueden oír todo -dijo la Bicicleta.
            -¡Cómo me gustaría ser un coche de agua! -dijo Tórcer-. Oye, se me acaba de ocurrir, ¿no sabes lo que significa eso de la Sencillez?
            -Es el apellido de Landa, ella es muy natural y espontánea, nada retórica ni engañosa  -respondió la Bicicleta.
            -¿Tú crees que ella nos escucha? -preguntó Tórcer.
            -Yo creo que ella se imagina que nosotros tenemos nuestra vida independiente e intenta respetarla -respondió la Bicicleta.
            -¡Vamos a buscarlos! -dijo Fernando Reportero-. Venga, vamos por Blun y Ríder. Mi cuidador y cuidadora de rosas preferidos.

            María la Lechuza extendió sus alas, Mandarín dio trechas en el aire y Tórcer apagaba y encendía los faros y dejaba sonar el claxon sin parar.
            -¿Puedo ir con vosotros? -preguntó la Bicicleta de Agua.
            -Por supuesto -dijo Tórcer- y si nos cuentas historias mejor que mejor.

            Fernando Reportero no estaba muy seguro de que fuera una buena idea dejarse acompañar por la Bicicleta de Agua y que pusiera chorreando la Página 2. María la Lechuza que hasta entonces había permanecido amodorrada se dio cuenta de lo que Fernando pensaba y tomó la palabra:
            -Yo volaré por encima de vosotros, así podréis seguir el camino que yo señale con mi reflejo de luz. Y tú, Bicicleta, ponte el impermeable de viaje.

            María la Lechuza abrió sus alas brillantes, blancas con gotas de oro y se puso en marcha.
            -Se encontrarán muy solos en la Página 2 -dijo Tórcer.
            -No, nunca estamos solos, siempre hay en nuestra cabeza algún cuento que todavía no nos hemos contado -dijo la Bicicleta de Agua.
            -Pero ellos son cuidadores de rosas, no contadores de cuentos -dijo Tórcer.
            -Y yo soy una Bicicleta de Agua, solo una Bicicleta de Agua.
            -¿Quién te enseñó a contar cuentos? -preguntó Tórcer.
            -Al principio la Página 1 también era una página blanca, solo estaba yo y cuando una se encuentra sin nadie se inventa muchas cosas. Más tarde, Landa escribió el cartel de entrada EL PAÍS DE LA SENCILLEZ. Y cada letra me sirvió para encabezar una historia.
            -¡Qué tristes tienen que estar Blun y Ríder sin ninguna letra en la Página 2! -dijo Tórcer.
            -No os preocupéis por Blun y Ríder, aunque estén perdidos, están juntos y aprenderán a contarse historias.

            María cada vez brillaba más, cada vez eran más esponjosas sus alas blancas, cada vez eran más doradas sus gotas de oro y más plateadas sus gotas de plata, sus ojos eran de un negro luminoso y estaba peinada para atrás.

            -¡En marcha! -dijo Fernando Reportero-. Venga, Tórcer, tú enciende el motor. Tú, Mandarín, vuela con María, que cuatro ojos ven más que dos; y tú, Bicicleta de Agua, tú, síguenos de lejos.
            María la Lechuza, Mandarín, Tórcer, Fernando Reportero y la Bicicleta de Agua salieron a la búsqueda de Blun y Ríder.



                                                            Continuará en el Capítulo 5 titulado
                                                              La Carrera







domingo, 21 de junio de 2015

Capítulo 3: Landa en la estación del tren



            Bueno, tengo que confesarlo: yo no cuento las historias tan bien como la Bicicleta de Agua. No sé contarlas poquito a poco ni poner una cosa detrás de otra. Ahora me he dado cuenta de que no he dicho lo que le pasó a Landa mientras iba corriendo con el bloc bajo el brazo y su acordeón y sus bolsas y su maleta. Ahora me he acordado. Ahora, también  me he dado cuenta de que tampoco dije a dónde iba Landa tan deprisa y hasta se me ha olvidado un poquito su cara y su forma de hablar. Soy un desastre.
            Dejadme que haga memoria. Dejadme un momento y ya veréis cómo recuerdo lo que pasó y cuando lo recuerde intentaré contaros la historia lo más ordenadamente que sepa.

            Ya estoy aquí. Para hacer memoria he subido al desván donde tengo la caja en que guardo mis pequeños tesoros: canicas de colores, piedras de mar, conchas y cromos. Junto a estos tesoros guardo las fotos de mis amigos. He pensado que así os podré decir cómo es Landa. Fue ella la que me regaló la caja donde ahora guardo las canicas, las piedras de mar, las conchas y los cromos y las fotos de los amigos.

            Landa no es rubia, pero tampoco morena. Tiene el pelo castaño y muy fino y le brilla mucho. Sus orejas son pequeñas, le cuesta trabajo dejar de sonreír y es que a pesar de los disgustos que le ha dado la vida ella sabe estar siempre alegre. No sé cómo lo consigue, un día me dijo: “Mira a tu alrededor, verás que el mundo es hermoso, tan hermoso que nadie aunque se empeñe puede llenarlo de fealdad”. A mí me parece imposible que con esa pequeña ley sea capaz de no ponerse triste, pero ella debe de estar muy segura porque, como he dicho, es muy feliz.

            Landa tiene los ojos color turrón y, por lo tanto, su mirada es muy dulce, aunque cuando se enfada pone cara de nada, es decir, cara de impermeable. Sí, cara de “aunque llueva y truene a mí no me mojan”. Sabe bailar entre flores con una gran agilidad y le encanta que le cuenten historias. Cuando escucha pone cara de escuchar y cierra los puños como apretando cada una de las palabras que le dicen. Cuando quiere hablar levanta la mano y pide la palabra y su cara se ilumina porque sabe que hablar es muy importante y que todos los niños tienen derecho a decir lo que quieran decir. Cuando alguien se ríe de ella y le dice: “Eres tonta, mira que eres infantil”. Ella pone cara de impermeable y coge sus lápices y su cuaderno y dibuja un nuevo dibujo en  El País de la Sencillez o hace alguna caja para algún amigo o amiga o prepara un pastel y piensa: “Pues tú te lo pierdes si no me quieres escuchar.”

            Así es Landa. Le gustan los parques de atracciones, los poemas bonitos, los fuegos artificiales, las casas limpias, las palomitas de maíz, el cine, el teatro, pasear por los jardines y tocar el acordeón.

            Cuando Sampo, Simpo, Sumpo y Sempo se rieron de ella, arrancaron la hoja de los Jardines del País de la Sencillez y la tiraron al barro, Landa lo pasó fatal. Es cierto, porque ella me lo ha confirmado. Landa cogió la página que le habían arrancado de su bloc y salió corriendo por las calles de la ciudad sin saber muy bien qué dirección tomar.

            Al principio pensó que iría al mercado, se comería un par de plátanos si Juan, el frutero, se los regalaba o también podría tomar chocolate con churros si Antonio, el del bar, la invitaba a desayunar. Pero después pensó que el mercado estaría lleno de gente y a ella le apetecía estar tranquila, muy tranquila, en un sitio calentito.

            Todo esto pensaba mientras no dejaba de correr y de vez en cuando miraba para atrás para ver si Sampo, Simpo, Sumpo y Sempo la seguían.

            No la seguían. Corrió un poco más, un poco más para que esos niños no la encontraran nunca y se paró justito al lado de la fuente y bebió un buchito de agua para que no se le atragantara el miedo. Cuando bebió agua, respiró hondo y miró al cielo.

            El cielo estaba lleno de nubes muy blancas. Después miró la plaza, la plaza estaba rodeada de setos y llena de palomas blancas. Después miró los escaparates, los escaparates estaban iluminados y los tenderos y las tenderas abrían sus tiendas. Después miró la calle, no estaba muy limpia, pero se podía andar por ella y estaba bien asfaltada, ya era algo. Después miró el sol, el sol estaba radiante en lo alto del cielo dispuesto a hacer compañía a la tierra por un buen rato.

            “Y cuando se vaya el sol vendrá la Luna”, pensó Landa y Landa llevaba razón, a la tierra no le gusta estar sola. A Landa tampoco le gustaba estar sola, pero no estaba dispuesta a meterse en el colegio después del susto con que la habían despertado. ¡Qué mal nos despertamos cuando nos despiertan mal!

            “No, al colegio no. Por un día que falte no pasará nada”. Además en el colegio estaba Isabel la que todo lo hacía bien, que era muy simpática. En el colegio estaba Zurzo, el niño que buscaba el triunfo, que era muy guapo, pero que solo se dirigía a ella cuando quería preguntarle algo o pedirle algo o copiarse de algo. En el colegio estaba Mario el del negocio diario, que vendía estampitas en el recreo, estaba Reme que se dormía en clase o que jugaba a los barquitos con Simón. Y en el colegio estaba Olga. Olga sí la echaría mucho de menos y se pondría muy triste y hasta lloraría cuando viera su mesa vacía. No, al colegio no iría aunque Olga se pusiera triste y más triste y más triste. No, Landa no tenía la cabeza para escuchar lecciones. No. Más tarde iría a visitar a Olga.

            Entonces recordó el calor de la Estación del tren. “Sí, me iré a la Estación del tren”, dijo Landa y le pareció una excelente idea porque en la Estación del tren ponían la calefacción muy alta y Landa tenía mucho frío.

            Echó a andar por la gran avenida, en su mano izquierda llevaba la pelota de papel que Sampo, Simpo, Sumpo y Sempo formaron con la página de los Jardines del País de la Sencillez, y en la derecha llevaba el acordeón, un par de bolsas de plástico con su ropa y la maleta marrón, dentro de la maleta llevaba el bloc donde estaba El País de la Sencillez.
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            La Estación del tren era inmensa. Era de hormigón gris y tenía grandes cristaleras. Delante de la puerta principal Landa parecía una pequeña hormiguita.

            Landa se puso frente a la puerta y esperó a que se abriera, pero no se abrió. La puerta parecía que había dejado de ser automática. Landa dio un gran pisotón en el suelo, pero ni caso, la puerta no se inmutó. Entonces Landa se acercó y vio reflejada su imagen en el cristal. Levantó la mano izquierda y la niña que se reflejaba en el cristal levantó también la misma mano, la mano en que ella llevaba la página arrugada de los Jardines. Landa hizo como si la Página fuera una pelota y se la lanzaba a la otra niña, la niña del reflejo hizo exactamente lo mismo. Si las dos hubieran lanzado sus respectivas pelotas de papel arrugado seguramente hubieran chocado en el aire.

            “¿Paso a través del cristal?” Se preguntó Landa. Ella había oído que había una niña que pasó a través de un espejo y que entró en otro mundo, “Me parece que esa niña se llamaba Alicia”, dijo Landa para sí. Landa estaba en lo cierto, esa niña a la que ella se refería era Alicia, la misma Alicia que se cayó en una madriguera y entró en El País de las Maravillas.

            “¿Paso a través del cristal?” se volvió a preguntar Landa. “No, mejor será que entre por otra puerta, no tengo tiempo para tonterías, tengo que buscar algo que desayunar y después tengo que intentar arreglar el bloc a ver si puedo salvar algo de la Página de los Jardines. Tengo demasiado frío, tengo demasiados problemas, mejor que pase por otra puerta”, pensó Landa.

            Landa dio la vuelta al edificio y entró por la puerta de atrás que se abrió de par en par. ¡Qué calentita estaba allí!, ¡por fin un sitio acogedor!, ¡por fin!

            Lo primero que tenía que hacer era ir al servicio, se estaba orinando y ya andaba con las piernas muy juntas, si tardaba un poco más se lo podía hacer encima. Eso sí que sería un lío. Entró en el servicio, orinó, se lavó los dientes y la cara, se peinó y se miró al espejo.

            Landa pensó que por un espejo parecido a ese debió ser por donde entró Alicia a otro mundo. Landa apoyó su dedito índice sobre el dedito índice de la niña que se reflejaba en el espejo de los servicios de la Estación del tren. Landa pensó que no merecía la pena irse a otro mundo donde seguiría siendo tan pobre como en éste y que, si por casualidad ella llegaba a aquel mundo del que había escuchado hablar, allí tampoco tendría casa y para colmo no estaría Olga, su amiga Olga.

            Cuando terminó de limpiarse detrás de las orejas salió a la sala de espera y se puso a tocar el acordeón. En el suelo extendió un pañuelo celeste con una margarita en una de las esquinitas para que la gente le echara dinero.

            Pasó un estudiante con una bufanda muy vieja y le echó 10 céntimos. Pasó una muchacha que había ido a despedir a su novio que era soldado y le echó 50 céntimos. Pasó una anciana con el pelo canoso y estuvo un rato mirándola y le echó 3 duros. Pasó de prisa un hombre con el pelo hacia atrás, con un traje azul marino, parecía que se le iba a escapar el tren; pero no, el hombre acababa de llegar, se había bajado deprisa de su vagón y deprisa se fue; y aunque pasó delante de Landa y su acordeón, no la vio. Pasó un niño, pero ¿quién es este niño?, ¿quién es?, me suena la cara... ¡Ah, ya sé!, es Zurzo el que desea el triunfo, el compañero de clase de Landa.

            -Zurzo, ¿qué haces aquí? -preguntó Landa.
            -¿Has hecho los deberes? -preguntó Zurzo.
            -Buenos días -dijo Landa sorprendida-. ¿Pero cómo sabías que estaba en la Estación del Tren?
            -Vi a lo lejos que no cogías el camino del colegio y pensé que si no ibas a ir a clase tal vez no necesitarías los deberes.
            -No, hoy no voy a clase -dijo Landa muy triste.
            -Bueno, pues entonces me puedes dar tus deberes porque a ti no te van a servir para nada -dijo Zurzo con una voz muy suave como si fuera una flauta.
            -Ya... Es verdad, aquí no me van a servir para nada. Espera un momento -Landa se puso a buscar en su maleta marrón.
            -Y si tienes el dibujo que mandó para hoy el profesor también me lo das -dijo Zurzo con una voz muy suavita, muy suavita.
            -No, el dibujo no -dijo Landa.
            -¿Por qué? -preguntó Zurzo.
            -Porque los dibujos... los dibujos -Landa no sabía que decir-. Porque yo quiero mucho a mis dibujos.
            -¿Y porque tú quieras mucho a tus dibujo vas a dejar que me suspendan? -Zurzo puso cara de desgraciado, de muy desgraciado.
            -No, Zurzo. Toma los ejercicios -Landa extendió la mano con la libreta de las tareas-, pero los dibujos no. Hoy me ha pasado algo que...

            Landa se quedó con la palabra en la boca, Zurzo cogió la libreta y se fue, corría más que el hombre que había bajado hace un momento del tren, ese hombre que no vio a Landa, el que no le echó ni un eurillo.

            Landa tenía mucha hambre y quería conseguir lo suficiente para poder desayunar, almorzar y cenar. Quería conseguir lo suficiente como para no tener que pedir más en todo el día y así poder dedicarse a dibujar en su bloc.

            Tocó una canción tradicional irlandesa y un pasodoble español y una sardana catalana y hasta un rock and roll. Cansada de tocar y con algún dinerillo en el bolsillo se fue a la cafetería de la Estación. El camarero le puso un chocolate y un bollo con mantequilla. Landa se lo tomó despacito. Las tripas, por fin, dejaron de hacerle cruc-cruc.

            Después de comer se sentó en un rinconcito, al lado de un radiador de la calefacción y allí se quedó dormida. Ya sabéis, había pasado muy mala noche.

            A las dos o tres horas abrió los ojos, la despertaron los altavoces que anunciaban la salida del expreso que iba a Barcelona. Junto a ella estaba sentada una niña con los brazos cruzados, pacientemente esperaba que Landa se despertara. Era Olga, su amiga Olga.

            -¡Hola, Landa!, ¿cómo estás? -dijo Olga con su voz preciosa.
            -¡Hola, Olga! Bien, ¿y tú cómo estás? -respondió Landa.
            -Bien, bien -dijo Olga.
            -¿Te ha dicho Zurzo que yo estaba aquí? -preguntó Landa.
            -Sí, ha sido muy amable -dijo Olga.



            -¡Ah, sí? -preguntó Landa.
            -Sí, estaba muy contento porque ha salido voluntario a la pizarra y ha hecho todos los ejercicios bien. El profesor le ha felicitado.
            Landa se levantó y empezó a recoger sus cosas, Olga se puso a ayudarla.
            -¿Qué te ha pasado hoy?, ¿por qué no has ido al colegio? -preguntó Olga.
            -Nada... -contestó Landa.
            Landa iba a contárselo todo, pero en ese mismo instante se le formó un nudo en la garganta y le vinieron unas lágrimas a los ojos.
            -No llores Landa -le rogó Olga-. No llores, por favor. Anda, toma, te he traído arroz con leche.

            El arroz con leche era el plato preferido de Landa y Olga lo preparaba muy bien. Ponía en una cacerola el arroz con la leche, azúcar, una cáscara de limón y canela. Le salía buenísimo, la receta se la había dado su madre que también era muy buena cocinera.

            Olga en invierno vivía en una residencia para estudiantes y en vacaciones volvía a su bonita casa rodeada de cerezos donde su madre le enseñaba a cocinar.

            Landa cogió el tazón de arroz con leche y lo guardó en la maleta.
            -Me lo comeré más tarde, muchas gracias, Olga.
            Landa y Olga se respetaban mucho y se hablaban con mucha educación, como les gustaba que todo el mundo les hablase.
            -Oye, ¿por qué no vamos al cine? Yo te invito -dijo Olga.
            -Vale -respondió Landa, a quien le gustaba muchísimo el cine.

            Fueron a ver Fantasía que es una película de dibujos animados donde cuentan muchas historias a la vez y tiene una música muy buena. Además compraron palomitas y fueron totalmente felices durante un rato. ¡Qué emoción cuando se apagan las luces de la sala y se ve al ratón Mickey dirigiendo una orquesta! Landa estuvo a punto de sacar el acordeón y acompañar ella también a los músicos. Sí, pasaron un buen rato.

            A la salida del cine volvieron a tener hambre, entonces fueron a la residencia de Olga, allí en el portal del edificio, sentadas en las escaleras, Landa le contó lo que le había pasado aquel día mientras se tomaba el arroz con leche.

            -Yo no comprendo por qué la gente se porta mal -dijo Olga-. No comprendo por qué Sampo, Simpo y los otros te hicieron daño, tampoco comprendo por qué te tiraron la página de los Jardines a un charco, no lo comprendo. No comprendo la maldad. No la comprendo, no la comprendo...

            Olga se ponía cada vez más triste, se imaginaba todo lo sucedido y más entristecía, y cuanto más se lo imaginaba, más triste aún se ponía, y estuvo a punto de caer en la tristeza absoluta si no es porque en aquel momento Landa dijo:
            -Es el arroz con leche más rico que he comido en mi vida.

            Olga sonrió y le dio un besazo en la mejilla a Landa, un beso tan fuerte que parecía que le iba a romper la mandíbula. Olga, además de tener una voz hermosa y un pelo negro, negro, era muy fuerte.

            -Anda, vamos a dar un paseo por El País de la Sencillez -dijo Olga.
            Landa abrió la maleta y sacó el bloc. Automáticamente todos los Sencillos y las Sencillas se pusieron en el lugar exacto donde Landa los había dibujado y automáticamente, cuando Landa volviera a cerrar el bloc, los Sencillos y las Sencillas volverían a ocupar el lugar donde ellos habían elegido estar. Así en la Página 1 solo estaba la Bicicleta de Agua, porque María la Lechuza había vuelto a su cielo negro y en la Página 2 no había nadie, absolutamente nadie, porque Mandarín había vuelto a su nido, Fernando a su emisora de radio y Tórcer al garaje donde estaba estacionado. Todo eso pasaba por arte de magia, como suelen suceder las cosas en los libros.

            Las niñas se juntaron, acercaron sus cabezas y abrieron el bloc azul del País de la Sencillez.
            La Página 1 era la entrada, en grandes letras había escrito: El País de la Sencillez y debajo había una Bicicleta de Agua transparente. La Página 2 era la Página Blanca. La Página 3 era la de las Montañas Gigantes y los Lagos de Hielo para patinar. La Página 4 era la de las Cajas Llenas de Lazos Rebosantes. La 5, el Escondite de las Cartas y los Sobres. La 6, la de las Nubes con Lluvia de Caramelos. La 7, el Lugar de los Espejos de colores que no dejan reflejarte. La 8, estaba llena de Catalejos, Prismáticos, Lentes y Caleidoscopios, (los caleidoscopios son como unos catalejos que mezclan los colores). La 9 era la Página de las Carreteras. La 10 era un Mar para bañarse. La 11, una ladera llena de Merenderos y Arena para hacer castillos. La 12 tenía Piscinas de Espuma. La 13 era la Página donde estaba el Álamo Temblón. ¡Habéis acertado!, es la Página de los Árboles Distintos. La 14 no estaba porque era la Página de los Jardines.

            Landa y Olga se miraron en silencio.
            -¿Ésa es la que han arrancado? -preguntó Olga.
            -Sí -dijo Landa con la cabeza.
            -¿Y no se puede salvar nada? -dijo Olga.
            Landa sacó de la Maleta la Página arrugada y llena de barro.



            -Ésta es -dijo Landa mientras le daba la Página.
            Olga la miró, estaba sucia y habían desaparecido todos los jardines, hasta los más infinitos, solo en la parte superior había un hueco sin barro.
            -Mira -dijo Olga-, son Blun y Ríder, se han salvado, son ellos, míralos.
            Landa examinó la página y sí, eran ellos, eran Blun y Ríder con sus tijeritas en las manos. Era el cuidador y la cuidadora de rosas. ¡Qué alegría!
            -Voy a por un papel de calcar para que puedas ponerlos en otra página -dijo Olga mientras subía las escaleras.
            -¡Qué buena idea, Olga!
            -¿Ah, sí? -dijo Olga que no valoraba mucho sus propias ideas aunque, la verdad, eran excelentes.
            -Sí, a mí no se me habría ocurrido -dijo Landa.
            -No creas, tampoco es tan importante. Se me ha ocurrido y basta
 -contestó Olga.

            Cuando Olga volvió con el papel de calcar, Landa tenía ya elegida la página en que iba a poner a Blun Y Ríder. Sí, en la Página 2, en la página que estaba vacía. Acabado el trabajo, Landa y Olga se sintieron muy satisfechas.

            -¡Qué bien!
            -¡Sí, estupendo! Ahora solo tengo que pintar una nueva página de Jardines -dijo Landa.
            -¿Te llevará mucho trabajo? -preguntó Olga.
            -Bastante, y lo malo es que no tengo lápices -dijo Landa.
            -Yo te dejaré los míos -dijo Olga.
            -Gracias -respondió Landa y miró hacia la calle.
            Ya estaba atardeciendo, pronto se haría de noche y Landa tendría que buscarse un sitio donde dormir. Olga se lo leyó en los ojos, pero ella no podía hacer nada. Ya la habían castigado varias veces los responsables de la residencia porque se había llevado a Landa a dormir a su cuarto y le dijeron que la próxima vez la echarían.
            -¿Por qué no duermes en el trastero?- dijo Olga
            -No quiero meterte en un lío -respondió Landa.
            -No se enterará nadie. Yo te dejaré mi estufa y te subiré la cena. ¿De acuerdo? -dijo Olga.
            -De acuerdo.
            -¡Ah!, pero no se te ocurra tocar el acordeón. ¿Prometido? -dijo Olga.
            -Prometido -dijo Landa con la mano en el corazón.

            Las dos niñas subieron las escaleras sin parar de reír. Llegaron hasta el tercer piso y allí, en la azotea, había una pequeña habitación que los inquilinos utilizaban para guardar las cosas que ya no les servían. Allí entró Landa contenta de tener un sitio, un sitio donde resguardarse del frío y de la lluvia, porque parecía que estaba a punto de llover.


            Al rato llegó Olga con una sopa caliente y una estupenda noticia: los almacenes El Buen Precio habían organizado una carrera popular y al que ganara le regalarían una tienda de campaña y 1.000 euros. Landa podría tener su casa aunque fuese de tela. Participarían las dos y estaban seguras de que alguna de ellas ganaría.



                                              Continuará en el Capítulo 4 titulado 
                                                 ¿Qué le pasa a Torcer?


domingo, 14 de junio de 2015

Capítulo 2: El País de la Sencillez se despierta



            Deprisa, deprisa, brincando entre los coches, por medio de la ciudad, corría Landa sin volver la vista atrás. Apretado contra su pecho llevaba el bloc de dibujo y dentro del bloc cerrado empezaba a despertarse la Biblioteca del País de la Sencillez, la Zona Comercial del País de la Sencillez, las Escuelas del País de la Sencillez y todos los habitantes del País de la Sencillez, es decir, los Sencillos y las Sencillas.

            Cuando el bloc estaba cerrado, los Sencillos y las Sencillas se movían libremente por el País y se divertían como querían. Cuando alguien abría el bloc todos volvían a estar en el sitio justo donde Landa los había dibujado.

            Esa mañana los Sencillos y las Sencillas se despertaron con una noticia sorprendente: “¡Han desaparecido los Jardines, han desaparecido los Jardines y con los Jardines también han desaparecido Blun y Ríder!”. Eso decían los Sencillos y las Sencillas, eso se decían los unos a los otros hasta que la noticia llegó al Ayuntamiento del País de la Sencillez. Y la alcaldesa, que se llamaba Angelita Sin Alas, se paseaba por los salones de la alcaldía con una tristeza incontenible.

            -¡Angelita Sin Alas, no estés triste! -le dijo Fernando Reportero.
            -¿Pero cómo no voy a estar triste con la noticia que me has traído?
 -dijo Angelita Sin Alas.

            Fernando Reportero era el encargado de dar las malas noticias, solo las malas. A Fernando le dieron ese cargo porque acostumbraba a asustar a los Sencillos y las Sencillas con malas noticias falsas y Angelita, para tenerlo entretenido y que no molestara a nadie le dio ese empleo. En El País de la Sencillez nunca había malas noticias así que Fernando tenía muy poco trabajo, incluso llegó a presentar su dimisión, pero Angelita Sin Alas no la aceptó. Al contrario, le dio una medalla al Mérito Mensajero y Fernando se quedó en su puesto, delante de la emisora de radio esperando malas noticias de los Mares de la Sencillez o de la Expedición a la Estrella Dorada de la Sencillez. Hoy estaba especialmente nervioso porque era la primera vez que daba una mala noticia verdadera.

            -Es mi trabajo -dijo Fernando Reportero muy orgulloso.
            -Ya lo sé, ya lo sé -respondió Angelita Sin Alas, que no quería ofender a Fernando.
            -Tú sabes que soy el mejor dando malas noticias.
            -Sin ninguna duda eres el mejor -dijo Angelita sin Alas-, ¿pero tú estás seguro?
            -Segurísimo -dijo Fernando Reportero mientras se ponía recto como un militar.
            -¿No será una de tus invenciones? -dijo Angelita Sin Alas.
            -Ni mucho menos -respondió ofendido Fernando Reportero.
            -Perdona, Fernando, pero es que resulta tan increíble que hayan desaparecido los Jardines de la Sencillez -dijo Angelita mientras cogía el bastón de mando-. ¿Y no sabes cómo ha sucedido?
            -Dice María la Lechuza que cuando esta mañana, antes de irse a dormir, intentó entrar en la página del Jardín para oler las margaritas se encontró con que no estaba, que había desaparecido. Ni corta ni perezosa se subió a un poste de telégrafos y me llegó la desagradable noticia a través de la emisora de radio. Yo, sin pensarlo, corrí a comprobar si era cierto y, habiendo hecho las oportunas comprobaciones, vine al Ayuntamiento a comunicártelo.
            -Gracias, gracias Fernando -Angelita Sin Alas no paraba de pasear por el salón de la alcaldía.
            -Es mi responsabilidad -dijo Fernando Reportero mientras se señalaba la medalla al Mérito Mensajero.
            -¿Y qué dicen los Sencillos y las Sencillas? -preguntó Angelita Sin Alas.
            -¿Pues qué van a decir? Están desesperados. Sobre todo los de la perrera porque el Jardín de los Perros Titiriteros ha desaparecido también y ahora no saben a dónde llevarlos para que hagan su actuación.
            -¡Qué desgracia! -dijo Angelita Sin Alas-, ¡qué desgracia más grande!
            -Sí que es una desgracia -dijo Fernando Reportero- y no solo por los Jardines, sino además por Blun y Ríder.
            -Hay que encontrarlos, hay que encontrarlos -dijo Angelita Sin Alas mientras andaba aún más deprisa por los salones de la alcaldía.
            -Sí, ¿pero cómo? -preguntó Fernando y puso cara de pregunta.
            -Tienes que ir a hablar con el Álamo Temblón y con la Bicicleta de Agua, ellos son los únicos que pueden saber algo. Que te acompañe María la Lechuza -ordenó Angelita Sin Alas y dejó el bastón de mando dentro del paragüero, junto a los paraguas azules.

            Fernando Reportero salió del Ayuntamiento a paso rápido evitando a todos los Sencillos y las Sencillas que querían preguntarle qué pasaba, pero él no se detenía, tenía que encontrar a María la Lechuza, ¿dónde estaría metida? Iba con la cabeza muy alta, miraba muy fijamente todos los postes de telégrafos y los tejados de las casas. Sobre un tejado vio al Pájaro Mandarín.
            -Hola, Pájaro Mandarín -dijo Fernando.
            -Hola -respondió el Pájaro Mandarín, conocido entre los amigos como Mandarín a secas.
            -¿Sabes dónde duerme hoy María la Lechuza?
            María la Lechuza trabajaba de noche, revoloteaba por los cielos del País de la Sencillez, guardaba el sueño de todos los Sencillos y Sencillas hasta por la mañana y después se iba a dormir, pero María la Lechuza no tenía una casa, cada día dormía en un sitio diferente y solo Mandarín sabía el lugar exacto donde podía estar, porque él era el encargado de revolotear por los cielos del País de la Sencillez cuando ya había amanecido, él y su primo el Mandarín del Norte, y su otro primo el Mandarín del Sur, y su otro primo el Mandarín del Oeste, y su otro primo el Mandarín del Este. En el cambio de turno María la Lechuza siempre le comunicaba a Mandarín dónde iba a pasar el día por si la necesitaba para algo.
            -Hoy esta durmiendo en los límites del País de la Sencillez, en la Primera Página, junto a la Bicicleta de Agua -dijo el Pájaro Mandarín.
            -Precisamente allí voy yo -Fernando se hizo el rezagado, la verdad es que no le gustaba viajar solo-. ¿Te has enterado de la noticia?
            -Sí -dijo Mandarín.
            -¿Te imaginas que se pierda también la Página de las Cajas Llenas de Lazos Rebosantes? -dijo Fernando-. ¡Qué tristeza! ¿Verdad, Mandarín?
            -Sí, amigo mío -dijo Mandarín.
            -Ya no sabríamos cómo pasar los domingos -dijo Fernando-. ¿Te imaginas que desaparezca la Página de los Cines y con ella todas las Pastelerías y el Paraíso de los Juegos Inventados? ¿Te imaginas que desaparezca todo El País de la Sencillez, que no quede ni una página? ¿Te imaginas que nos quedemos solos y...
            -Basta, basta -dijo Mandarín-. No seas tan pesimista.
            -¿Cómo no voy a ser pesimista si Angelita Sin Alas me ha mandado a una expedición para que hable con el Álamo Temblón y la Bicicleta de Agua y ahora me encuentro solo, perdido, sin nadie? -dijo Fernando Reportero mientras sacaba un pañuelo y se secaba las lágrimas.
            -Venga, venga, te acompaño y así no estarás tan solo. Además podemos ir en Tórcer, verás qué viaje más divertido.

            Mandarín y Fernando Reportero llamaron a Tórcer, el coche que lleva a los Sencillos y las Sencillas de un lado para otro. Tórcer es un coche muy bonito, es gris brillante y tiene unos cristales transparentes. A simple vista es un coche normal y corriente, pero eso es a simple vista. Si te detienes a contemplarlo te darás cuenta de que más que un coche, él se considera el automóvil de la alegría, porque solo va a sitios bonitos. Cuando los Sencillos y las Sencillas se montan en él, de repente les entran unas cosquillas terribles y se ponen a reír a carcajadas.

            Tórcer es un coche responsable y circula despacio y deja pasar a los otros coches suntuosos o recién salidos de la fábrica que se ponen a demostrar todo el dinero que sus dueños han pagado para comprarlos. Tórcer nunca echa una carrera, dice que no le gusta competir y que prefiere que sus viajeros vayan alegres y tranquilos mientras ven pasar el hermoso paisaje del País de la Sencillez.

            Como no podían hablar debido a las grandes carcajadas de Fernando Reportero y a la sonrisa constante de Mandarín, hicieron todo el camino sin cruzar palabra. Tórcer también estaba contento, muy contento porque en este viaje iba a tener la oportunidad de visitar a su amiga la Bicicleta de Agua que era muy resbaladiza y tenía una hermosa cualidad que Tórcer admiraba mucho: Sabía contar historias de principio a fin, ordenando los hechos según hubieran pasado en el tiempo. Así todas la historias de la Bicicleta de Agua empezaban por la mañana y acababan por la noche, por eso también María la Lechuza era muy amiga de ella.

            En realidad en El País de la Sencillez todos eran muy buenos amigos, los Sencillos y las Sencillas dicen que no es difícil ser buen amigo y tienen un refrán muy conocido entre ellos que resume esa forma de ver la vida: “Para que un Sencillo sea tu amigo solo debes dejarlo que sea una Sencilla como ella quiera ser y no cómo tú quieras que sea.”

            Así que, cada uno a su estilo, iban felices de excursión hasta que llegaron al lugar donde debía de estar la Página de los Jardines y no, no estaba. Entonces, entristecidos, decidieron parar en El Bosque de los Árboles Distintos y comer algo, después visitarían al Álamo Temblón.

            Mandarín subió a una palmera y lanzó a Fernando Reportero un montón de dátiles y después se subió a un alfóncigo, (que es el árbol que da pistachos) y le lanzó otro puñado a Fernando Reportero y después se subió a un cocotero y lanzó tres cocos. Tórcer, Mandarín y Fernando se sentaron a la sombra de un eucalipto a almorzar.

            Disfrutaban de la comida y admiraban aquel tranquilo bosque de árboles distintos cuando a lo lejos vieron el exagerado movimiento del Álamo Temblón. Tórcer, ni corto ni perezoso, corrió hacia él y Mandarín echó a volar. Fernando también se acercó a ver qué pasaba.

            -Buenos días, Álamo Temblón -dijo Tórcer.
            -Buuuuueeeenononos dííííías -dijo el Álamo Temblón con evidente temblor.
            -Buenos días -dijo Mandarín mientras se posaba en las hojas redondas y temblorosas del Álamo Temblón.

            El Álamo Temblón agachó una rama en señal de respuesta y la rama que agachó era en la que estaba posado Mandarín. Mandarín cayó de pronto y por poco no se la pega contra el suelo si en aquel mismo instante Fernando Reportero no hubiera llegado y lo hubiera cogido entre sus manos.

            -¿Qué es lo que te pasa, Álamo Temblón?, ¿no tiemblas demasiado? -preguntó Tórcer.
            -Eeeees pooooor eeeeel teeeerremoto -dijo el Álamo temblón.
            -¿Qué terremoto? -preguntó Fernando Reportero.

            Es fácil de explicar que Fernando Reportero, aun siendo el mensajero de las desgracias, no se hubiera enterado del terremoto que ocurrió la noche anterior, y es que los Sencillos y las Sencillas son inmunes a los terremotos. El País de la Sencillez puede moverse bruscamente sin que ningún habitante se de cuenta de ello. Solo el Álamo Temblón es capaz de sentir los terremotos porque es muy sensible y sus hojas se mueven al más mínimo soplo de viento.

            -Uuuun teeeremotooo queee hubo al aaamaneceeeer y deeesspués huuubooo un huuuracán.
            -¿Un huracán? -dijo Fernando Reportero.
            -Sííííí.
            -¿Y de dónde venía el viento? -preguntó Mandarín.
            -De aallííí -dijo el Álamo Temblón.
            -¿De la Página de los Jardines? -preguntó Tórcer.
            -Eeefectivameeeente -respondió el Álamo Temblón.
            -¿Sabes que han desaparecido los Jardines? -dijo Fernando Reportero.
            -Algo de eeesooo me temíaaaa.

            El Álamo Temblón conocía muchas cosas, muchísimas cosas que los Sencillos y las Sencillas no habrían imaginado jamás. El Álamo Temblón conocía a los humanos.
            Cuando pasó la sombra de unos dedos sobre sus ramas supuso que alguien quería arrancar una página del País de la Sencillez. Y es que el Álamo Temblón no era un dibujo como todos los Sencillos. El Álamo Temblón era un recorte de una revista que Landa había pegado en el bloc, le había echado pegamento solo a su delgado tronco, la copa del árbol estaba libre y por eso sus hojas se movían tanto.
            Desde que lo recortó Landa hasta que apareció en el bloc recorrió un largo trayecto y en ese viaje aprendió bastante de los humanos.
            Él suponía que el terremoto había sido causado por cualquier persona que había cogido el bloc de Landa y lo había tirado por los aires y que el huracán había sucedido porque algún desaprensivo había arrancado una página. Y no andaba muy equivocado el Álamo Temblón.

            ¿Os acordáis como Sampo, Simpo, Sumpo y Sempo tiraron la libreta? ¿Os acordáis cómo después de hacerle a Landa que le enseñara sus dibujos arrancaron una página del bloc?

            El Álamo Temblón era considerado por los Sencillos y las Sencillas un poco fanfarrón porque a todos los que se acercaban a hablar con él les decía que él conocía el origen del País de la Sencillez y que él conocía la mano que los había creado a todos, a todos menos a él. Pero los Sencillos y las Sencillas no le hacían caso aunque sabían que él era el único capaz de sentir terremotos.

            Tórcer, Mandarín y Fernando se quedaron boquiabiertos. ¿Qué estaba pasando fuera?, ¿por qué alguien se había atrevido a hacer desaparecer del País de la Sencillez los hermosos Jardines?, ¿volvería a suceder? Tórcer no dejó que el Álamo Temblón acabara su historia, temía que quisiera contarles también su viaje desde el exterior y, sin pensarlo, arrancó los motores y llamó a gritos a Mandarín y Fernando para que se subieran.

            -Mandarín, Fernando, vámonos. Venga, vamos, tenemos que averiguar si la Bicicleta de Agua sabe algo más.
            -Noooo, eeeella nuuunca saaabrá naaaada nueeevo. Veeenid aaquí y os hablaaaaré de loooos humaaaanos y os contaaaaré mi viaaje desdesde el exteeeerior.

            Tórcer aceleró, él conocía bien esa historia del viaje y sabía que el Álamo Temblón no era como la Bicicleta de Agua que sabía contar historias con principio y fin. No, el Álamo Temblón no sabía parar y no le gustaba ponerle fin a la historia de su viaje porque se sentía muy orgulloso de él y además le gustaba escuchar solo su voz, conque no dejaba a nadie hacerle preguntas o pararse un poquito y escuchar la historia de otro.

            El Álamo Temblón se quedó solo y Mandarín y Fernando se marcharon deprisa montados en Tórcer. Cuando ya estaban en camino, Fernando y Mandarín se miraron a los ojos profundamente. No tenían miedo, los Sencillos y las Sencillas son incapaces de sentir miedo, pero en cambio sienten el doble de curiosidad que cualquiera de nosotros. Así que sus miradas reflejaban ese deseo de saber lo que pasaba y de saberlo pronto.

            Llegaron a la Página de las Carreteras de las Afueras y ahora tenían que elegir entre la carretera de chocolate negro, la carretera de chocolate con leche, la carretera de chocolate blanco y la carretera de tocino.
            Tórcer miró de reojo a Fernando y, decidido, se metió por la carretera de tocino. Fernando se sintió un poco desilusionado, pero hasta él mismo comprendió que era lo mejor. Fernando era tan goloso que se podía comer la carretera y dejar sin camino a Tórcer.
            Ir por la carretera de tocino iba a traer problemas, como todos sabéis el tocino es muy resbaladizo. Tórcer tenía que ir con cuidado, con mucho cuidado si no quería acabar en la cuneta de moras y fresas.
            Fernando miraba con melancolía las carreteras de chocolate, con mucha melancolía, y a Mandarín le dio mucha pena que su amigo sufriera de esa forma. Se echó a volar y en el pico le trajo un poco de chocolate con leche que era el que más le gustaba a Fernando. Tórcer sonrió por el espejo retrovisor.
            Viajaron durante tres o cuatro relojes de arena. El reloj de arena es la forma de medir el tiempo en El País de la Sencillez. Cada reloj de arena equivale a una merienda tranquila con una buena amiga o con un buen amigo. Y se puede decir que no estaba mal teniendo en cuenta que el Álamo Temblón se encontraba en la Página 13. Si calculáis bien, llegaréis a la conclusión exacta: ahora se encontraban en la Página 2.

            En la Página 2 se detuvo Tórcer, ya no podía más, estaba cansado, muy cansado y necesitaba... No sé lo que necesitaba. ¿Comer?, ¿beber?, ¿descansar?
            Fernando y Mandarín se preguntaban con curiosidad lo que necesitaba Tórcer y se lo preguntaban con el doble de curiosidad que cualquiera de nosotros. No les daba miedo empezar a andar hasta la Página 1, no les daba miedo atravesar la Página 2 sin la compañía de Tórcer y eso que la Página 2 no era muy divertida.
            En la Página 2 no había nada, se llamaba la Página Blanca, pero aunque no hubiera nada era muy fácil perderse, tirar para la derecha creyendo que es la izquierda o andar para el Este pensando que es el Norte, por eso les era tan necesario que Tórcer se echara a andar.



            Tórcer cerró los ojos y se quedó quieto.
            -¿Pero qué te pasa? -preguntó Mandarín.
            Tórcer permaneció callado.
            -Tórcer, anda, di que te pasa -rogó Fernando.
            Tórcer no se dignó a responder. ¿Qué le pasaba a Tórcer?




                                                  (Continuará en el Capítulo  3, titulado
                                                   Landa en la estación del tren.