Érase
una vez una niña muy bonita, muy bonita, muy bonita que se llamaba Landa. ¡Vaya
forma más estúpida de empezar una historia! Debería ensayar otra fórmula nueva.
¿Pero cuál? No sé. Tal vez es más difícil de lo que parece contar un cuento.
Bueno, lo dejaré como está, tampoco está tan mal. Érase una vez una niña muy
bonita, muy bonita, muy bonita que se llamaba Landa.
Landa no tenía casa, así que se pasaba las tardes sentada
en un escalón mientras tocaba su acordeón rojo. Por las mañanas iba al colegio,
allí resolvía problemas, hacía redacciones y pintaba en su bloc de dibujo.
Pintaba El País de la Sencillez y lo hacía poquito a poco. Cada día añadía algo
nuevo, algo que antes se había imaginado en su cabeza y que más tarde ponía en
dibujos. Ella decía que El País de la Sencillez era la parte de su mundo
interior que se había hecho realidad.
El País de la Sencillez era muy hermoso. Estaba formado
por veinte páginas: En la primera había escrito con letras muy grandes “El País
de la Sencillez” y debajo de las letras había una Bicicleta de Agua
transparente. La Página 2 era la Página Blanca. La 3 era la Página de las
Montañas Gigantes y los Lagos de Hielo para patinar. La 4 era la de las Cajas
Llenas de Lazos Rebosantes. La 5 era la Página del Escondite de las Cartas y
los Sobres. La 6 era la Página de las Nubes con Lluvia de Caramelos. La 7 era
el Lugar de los Espejos de Colores que no dejan reflejarte. La 8 estaba llena
de Catalejos, Prismáticos, Lentes y Caleidoscopios (los caleidoscopios son como
unos catalejos que mezclan los colores). La 9 era la Página de las Carreteras.
La 10 era un Mar para bañarse. La 11 una Ladera llena de Merenderos y Arena
para hacer castillos. La 12 tenía Piscinas de Espuma. La 13 era la Página del
Bosque de los Árboles Distintos. La 14, la Página de los Jardines. La 15, la
Página de los Cines. En la 16 estaba la Ciudad y dentro de ella la Plaza con el
Ayuntamiento. La 17 era la Página de los Asadores de Castañas, ¡vaya humareda
que echaban los puestos! La 18 estaba llena de Kioscos de gominolas. La 19 era
el Mercado de Frutas y Verduras; y la 20 la Página del Campo abierto.
Ese era El País de la Sencillez y Landa estaba muy
orgullosa de él, pero que muy orgullosa. Las noches que se pasaba en la calle,
que eran la mayoría, Landa se quedaba dormida mirando El País de la Sencillez.
Y Landa dormía en la calle porque, como ya os he dicho, ella no tenía casa.
Es muy difícil vivir cuando no se tiene casa. No sabe una
muy bien dónde ponerse, en qué sitio sentarse, a qué hora acostarse. Es muy
difícil vivir sin casa.
Pues bien, por las mañanas Landa se lavaba la cara en la
fuente y se tomaba un vaso de leche con chocolate si había alguien que la
invitara. Después se ponía muy tiesa para que a su falda se le fueran las
arrugas, cogía sus libros y su bloc, el bloc donde tenía dibujado El País de la
Sencillez y se iba a toda prisa para no llegar tarde a clase.
En primavera es fácil vivir así. Bueno, más fácil que en
invierno. En invierno, con el frío, es muy difícil llegar temprano al colegio
cuando has tenido que dormir refugiada en el portal de cualquier edificio.
Una mañana, un poco antes de despertarse, mientras estaba
con un ojo cerrado y otro abierto, escuchó una explosión enorme. Se le abrieron
los dos ojos y vio a cuatro niños grandes que estaban tirando petardos a la
gente que no tenía casa. A Landa le tiraron un petardo gordo y fue entonces
cuando abrió los dos ojos y los cerró de nuevo, bien apretados, porque tenía
miedo.
A nadie le gusta sentir miedo, a nadie le gusta que le
molesten y que la despierten sin cariño. A nadie le gusta dormir en la calle
sin una mesita de noche en la que poner una lamparita y poder encender la luz
cuando tienes malos sueños. A Landa tampoco le gustaba, pero no tenía más
remedio, ella solo tenía un acordeón, una gabardina, una maleta, unas bolsas de
plástico y su bloc donde dibujaba El País de la Sencillez. Los libros los cogía
de la basura, de los que les sobran a los demás niños cuando ya han aprobado
sus cursos. Y los lápices también, y el bloc también y algunas cosas más que
ahora no recuerdo. Sin darnos cuenta los hombres y las mujeres tiramos a la
basura muchas cosas que sirven.
A nadie le gusta sentir miedo, pero el miedo nadie lo
tira a la basura para siempre. Yo no sé por qué, pero el miedo anda por las
calles o se mete en los edificios o sale en las películas o lo ves en los ojos
de las personas o en las manos de los niños grandes que se ponen a jugar con
fuego.
Los cuatro niños venían bailando, saltando sobre los
charcos y dando patadas a todo cuanto se encontraba en su camino. Venían con
las manos llenas de miedo dispuestos a repartirlo. Y en medio de su camino
estaba Landa con su acordeón, su gabardina, su maleta, sus bolsas de plástico y
su bloc con El País de la Sencillez.
-¿Qué haces ahí, mendiga? -dijo Simpo.
Landa no contestó, esas no eran maneras de dirigirse a
una niña que tenía un país: El País de la Sencillez.
-¡Quítate de nuestro camino! -dijo Sampo.
Sampo y Simpo se parecían mucho, eran casi iguales. Los
dos llevaban la misma cazadora, los dos llevaban la misma marca de pantalones,
los dos llevaban el mismo corte de pelo y las mismas insignias.
Landa se acurrucó y se agarró fuerte al acordeón. Sentía
miedo y estaba indignada porque esos niños le habían hecho despertarse con
miedo.
-Niña, ¿es qué estás sorda? -dijo Sumpo.
Sampo, Simpo y Sumpo se parecían mucho, pero no eran
hermanos ni primos. Por lo visto eran amigos.
-Venga, ¡quítate de ahí! -dijo Sempo.
Sampo, Simpo, Sumpo y Sempo eran casi idénticos, parecían
cuatro patas de una misma silla o cuatro patas de un pulpo o cuatro fotos de
una misma persona. Landa se puso derecha y pensó que no debía tener miedo de
una pandilla tan poco original.
-¿Es que no hay sitio para todos? -dijo Landa.
-¡¡No!! -contestaron Simpo, Sampo, Sempo y Sumpo, todos a
la vez y de muy malas maneras.
Landa empezó a recoger sus cosas, mientras Sampo, Simpo,
Sumpo y Sempo se retorcían de risa en el suelo como si hubieran hecho una
gracia.
Landa recogió su acordeón, su saco de dormir azul, su
maletita de tela marrón en la que guardaba los libros y las bolsas de plástico
donde llevaba sus ropas perfumadas con colonia. Ya lo tenía todo, le faltaba
recoger el bloc de dibujo donde había pintado El País de la Sencillez. Se
agachó a cogerlo, pero en aquel momento Sampo le pegó una patada al bloc con su
bota negra.
Landa cerró los puños de rabia y se le saltaron unas
lágrimas transparentes.
-¿Por qué hacéis eso? -preguntó Landa a Sampo, aunque
habría dado lo mismo que se lo hubiera preguntado a Simpo, Sumpo o Sempo.
-Porque nos da la gana -dijo Sampo.
-Porque eres una mendiga -dijo Simpo.
-Porque nos da la gana -repitió Sumpo.
-Porque eres una mendiga -repitió Sempo.
-No tenéis derecho. En mi cuaderno está dibujado El País
de la Sencillez.
-dijo Landa.
-¡Ah, sí! -dijo Sampo.
-Enséñanoslo -dijo Simpo.
Landa pensó que los niños se habían arrepentido de su acción
y querían conocer El País de la Sencillez.. Fue a recoger el bloc y buscó la
página de los jardines para que Sampo, Simpo, Sumpo y Sempo la vieran.
-Mirad, estos son los Jardines de la Sencillez -dijo
Landa.
-¡Qué bonito!, ¿verdad? -dijo Sampo.
-Sí, muy bonito -dijo Simpo.
-Claro que sí -dijo Sumpo.
-¿Son preciosos! -dijo Sempo.
En la página de los Jardines de la Sencillez había
pintado un patio lleno de rosas. En medio del patio había un arco con rosas
rojas de terciopelo y alrededor muchas plantas de rosas coloradas de
California. De las paredes colgaban macetas de geranios amarillos y en una
esquina, junto a una fuente había un jazmín. Los jardines de la Sencillez eran
hermosísimos, a lo lejos había otro patio y después otro y otro y así hasta el
infinito. Todo estaba lleno de flores y más flores y también había un laberinto
formado con setos que se lo habían inventado Blun y Ríder, el cuidador y la
cuidadora de los Jardines de la Sencillez.
A Blun y Ríder no se les distinguían muy bien sus caras
porque estaban en uno de los patios más cercanos al infinito y se les veía a lo
lejos con sus tijeritas en las manos. Blun y Ríder estaban muy ocupados
haciendo un delfín con las hojas de una yedra sobre una pared blanca.
-Sabía que os gustaría -dijo Landa.
-Sí, nos gusta tanto que nos lo quedamos -dijo Sampo
mientras arrancaba la hoja del Jardín de la Sencillez y la arrugaba y hacía con
ella una pelota y la echaba a un charco.
-No hagas eso, por favor, no lo hagas -gritó Landa, pero
ya era demasiado tarde, el Jardín de la Sencillez se ahogaba en un charco de
barro y con él, Blun y Ríder, el cuidador y la cuidadora de rosas.
Landa recogió sus cosas deprisa, se acercó al charco a
recoger la página empapada de agua y barro y se fue. Se fue lejos de Sampo,
Simpo, Sumpo y Sempo y de sus bromas que no le hacían ninguna gracia.
Sampo, Simpo, Sumpo y Sempo se despidieron todos a la
vez:
-Adiós, mendiga -dijeron.
(Continuará en el Capítulo 2 titulado El País de la Sencillez se despierta)
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