Bueno, tengo que confesarlo: yo no cuento las historias
tan bien como la Bicicleta de Agua. No sé contarlas poquito a poco ni poner una
cosa detrás de otra. Ahora me he dado cuenta de que no he dicho lo que le pasó
a Landa mientras iba corriendo con el bloc bajo el brazo y su acordeón y sus
bolsas y su maleta. Ahora me he acordado. Ahora, también me he dado cuenta de que tampoco dije a dónde
iba Landa tan deprisa y hasta se me ha olvidado un poquito su cara y su forma
de hablar. Soy un desastre.
Dejadme que haga memoria. Dejadme un momento y ya veréis
cómo recuerdo lo que pasó y cuando lo recuerde intentaré contaros la historia
lo más ordenadamente que sepa.
Ya estoy aquí. Para hacer memoria he subido al desván
donde tengo la caja en que guardo mis pequeños tesoros: canicas de colores,
piedras de mar, conchas y cromos. Junto a estos tesoros guardo las fotos de mis
amigos. He pensado que así os podré decir cómo es Landa. Fue ella la que me
regaló la caja donde ahora guardo las canicas, las piedras de mar, las conchas
y los cromos y las fotos de los amigos.
Landa no es rubia, pero tampoco morena. Tiene el pelo
castaño y muy fino y le brilla mucho. Sus orejas son pequeñas, le cuesta
trabajo dejar de sonreír y es que a pesar de los disgustos que le ha dado la
vida ella sabe estar siempre alegre. No sé cómo lo consigue, un día me dijo:
“Mira a tu alrededor, verás que el mundo es hermoso, tan hermoso que nadie
aunque se empeñe puede llenarlo de fealdad”. A mí me parece imposible que con
esa pequeña ley sea capaz de no ponerse triste, pero ella debe de estar muy
segura porque, como he dicho, es muy feliz.
Landa tiene los ojos color turrón y, por lo tanto, su
mirada es muy dulce, aunque cuando se enfada pone cara de nada, es decir, cara
de impermeable. Sí, cara de “aunque llueva y truene a mí no me mojan”. Sabe
bailar entre flores con una gran agilidad y le encanta que le cuenten
historias. Cuando escucha pone cara de escuchar y cierra los puños como
apretando cada una de las palabras que le dicen. Cuando quiere hablar levanta
la mano y pide la palabra y su cara se ilumina porque sabe que hablar es muy
importante y que todos los niños tienen derecho a decir lo que quieran decir.
Cuando alguien se ríe de ella y le dice: “Eres tonta, mira que eres infantil”.
Ella pone cara de impermeable y coge sus lápices y su cuaderno y dibuja un
nuevo dibujo en El País de la Sencillez
o hace alguna caja para algún amigo o amiga o prepara un pastel y piensa: “Pues
tú te lo pierdes si no me quieres escuchar.”
Así es Landa. Le gustan los parques de atracciones, los
poemas bonitos, los fuegos artificiales, las casas limpias, las palomitas de
maíz, el cine, el teatro, pasear por los jardines y tocar el acordeón.
Cuando Sampo, Simpo, Sumpo y Sempo se rieron de ella,
arrancaron la hoja de los Jardines del País de la Sencillez y la tiraron al barro,
Landa lo pasó fatal. Es cierto, porque ella me lo ha confirmado. Landa cogió la
página que le habían arrancado de su bloc y salió corriendo por las calles de
la ciudad sin saber muy bien qué dirección tomar.
Al principio pensó que iría al mercado, se comería un par
de plátanos si Juan, el frutero, se los regalaba o también podría tomar
chocolate con churros si Antonio, el del bar, la invitaba a desayunar. Pero
después pensó que el mercado estaría lleno de gente y a ella le apetecía estar
tranquila, muy tranquila, en un sitio calentito.
Todo esto pensaba mientras no dejaba de correr y de vez
en cuando miraba para atrás para ver si Sampo, Simpo, Sumpo y Sempo la seguían.
No la seguían. Corrió un poco más, un poco más para que
esos niños no la encontraran nunca y se paró justito al lado de la fuente y
bebió un buchito de agua para que no se le atragantara el miedo. Cuando bebió
agua, respiró hondo y miró al cielo.
El cielo estaba lleno de nubes muy blancas. Después miró
la plaza, la plaza estaba rodeada de setos y llena de palomas blancas. Después
miró los escaparates, los escaparates estaban iluminados y los tenderos y las
tenderas abrían sus tiendas. Después miró la calle, no estaba muy limpia, pero
se podía andar por ella y estaba bien asfaltada, ya era algo. Después miró el
sol, el sol estaba radiante en lo alto del cielo dispuesto a hacer compañía a
la tierra por un buen rato.
“Y cuando se vaya el sol vendrá la Luna”, pensó Landa y
Landa llevaba razón, a la tierra no le gusta estar sola. A Landa tampoco le
gustaba estar sola, pero no estaba dispuesta a meterse en el colegio después
del susto con que la habían despertado. ¡Qué mal nos despertamos cuando nos
despiertan mal!
“No, al colegio no. Por un día que falte no pasará nada”.
Además en el colegio estaba Isabel la que todo lo hacía bien, que era muy
simpática. En el colegio estaba Zurzo, el niño que buscaba el triunfo, que era
muy guapo, pero que solo se dirigía a ella cuando quería preguntarle algo o pedirle
algo o copiarse de algo. En el colegio estaba Mario el del negocio diario, que
vendía estampitas en el recreo, estaba Reme que se dormía en clase o que jugaba
a los barquitos con Simón. Y en el colegio estaba Olga. Olga sí la echaría
mucho de menos y se pondría muy triste y hasta lloraría cuando viera su mesa
vacía. No, al colegio no iría aunque Olga se pusiera triste y más triste y más
triste. No, Landa no tenía la cabeza para escuchar lecciones. No. Más tarde
iría a visitar a Olga.
Entonces recordó el calor de la Estación del tren. “Sí,
me iré a la Estación del tren”, dijo Landa y le pareció una excelente idea
porque en la Estación del tren ponían la calefacción muy alta y Landa tenía
mucho frío.
Echó a andar por la gran avenida, en su mano izquierda
llevaba la pelota de papel que Sampo, Simpo, Sumpo y Sempo formaron con la
página de los Jardines del País de la Sencillez, y en la derecha llevaba el
acordeón, un par de bolsas de plástico con su ropa y la maleta marrón, dentro
de la maleta llevaba el bloc donde estaba El País de la Sencillez.
.
La Estación del tren era inmensa. Era de hormigón gris y
tenía grandes cristaleras. Delante de la puerta principal Landa parecía una
pequeña hormiguita.
Landa se puso frente a la puerta y esperó a que se abriera,
pero no se abrió. La puerta parecía que había dejado de ser automática. Landa
dio un gran pisotón en el suelo, pero ni caso, la puerta no se inmutó. Entonces
Landa se acercó y vio reflejada su imagen en el cristal. Levantó la mano
izquierda y la niña que se reflejaba en el cristal levantó también la misma
mano, la mano en que ella llevaba la página arrugada de los Jardines. Landa
hizo como si la Página fuera una pelota y se la lanzaba a la otra niña, la niña
del reflejo hizo exactamente lo mismo. Si las dos hubieran lanzado sus
respectivas pelotas de papel arrugado seguramente hubieran chocado en el aire.
“¿Paso a través del cristal?” Se preguntó Landa. Ella
había oído que había una niña que pasó a través de un espejo y que entró en
otro mundo, “Me parece que esa niña se llamaba Alicia”, dijo Landa para sí.
Landa estaba en lo cierto, esa niña a la que ella se refería era Alicia, la
misma Alicia que se cayó en una madriguera y entró en El País de las
Maravillas.
“¿Paso a través del cristal?” se volvió a preguntar
Landa. “No, mejor será que entre por otra puerta, no tengo tiempo para
tonterías, tengo que buscar algo que desayunar y después tengo que intentar
arreglar el bloc a ver si puedo salvar algo de la Página de los Jardines. Tengo
demasiado frío, tengo demasiados problemas, mejor que pase por otra puerta”,
pensó Landa.
Landa dio la vuelta al edificio y entró por la puerta de
atrás que se abrió de par en par. ¡Qué calentita estaba allí!, ¡por fin un
sitio acogedor!, ¡por fin!
Lo primero que tenía que hacer era ir al servicio, se
estaba orinando y ya andaba con las piernas muy juntas, si tardaba un poco más
se lo podía hacer encima. Eso sí que sería un lío. Entró en el servicio, orinó,
se lavó los dientes y la cara, se peinó y se miró al espejo.
Landa pensó que por un espejo parecido a ese debió ser
por donde entró Alicia a otro mundo. Landa apoyó su dedito índice sobre el
dedito índice de la niña que se reflejaba en el espejo de los servicios de la
Estación del tren. Landa pensó que no merecía la pena irse a otro mundo donde
seguiría siendo tan pobre como en éste y que, si por casualidad ella llegaba a
aquel mundo del que había escuchado hablar, allí tampoco tendría casa y para
colmo no estaría Olga, su amiga Olga.
Cuando terminó de limpiarse detrás de las orejas salió a
la sala de espera y se puso a tocar el acordeón. En el suelo extendió un
pañuelo celeste con una margarita en una de las esquinitas para que la gente le
echara dinero.
Pasó un estudiante con una bufanda muy vieja y le echó 10
céntimos. Pasó una muchacha que había ido a despedir a su novio que era soldado
y le echó 50 céntimos. Pasó una anciana con el pelo canoso y estuvo un rato
mirándola y le echó 3 duros. Pasó de prisa un hombre con el pelo hacia atrás,
con un traje azul marino, parecía que se le iba a escapar el tren; pero no, el
hombre acababa de llegar, se había bajado deprisa de su vagón y deprisa se fue;
y aunque pasó delante de Landa y su acordeón, no la vio. Pasó un niño, pero
¿quién es este niño?, ¿quién es?, me suena la cara... ¡Ah, ya sé!, es Zurzo el
que desea el triunfo, el compañero de clase de Landa.
-Zurzo, ¿qué haces aquí? -preguntó Landa.
-¿Has hecho los deberes? -preguntó Zurzo.
-Buenos días -dijo Landa sorprendida-. ¿Pero cómo sabías
que estaba en la Estación del Tren?
-Vi a lo lejos que no cogías el camino del colegio y
pensé que si no ibas a ir a clase tal vez no necesitarías los deberes.
-No, hoy no voy a clase -dijo Landa muy triste.
-Bueno, pues entonces me puedes dar tus deberes porque a
ti no te van a servir para nada -dijo Zurzo con una voz muy suave como si fuera
una flauta.
-Ya... Es verdad, aquí no me van a servir para nada.
Espera un momento -Landa se puso a buscar en su maleta marrón.
-Y si tienes el dibujo que mandó para hoy el profesor
también me lo das -dijo Zurzo con una voz muy suavita, muy suavita.
-No, el dibujo no -dijo Landa.
-¿Por qué? -preguntó Zurzo.
-Porque los dibujos... los dibujos -Landa no sabía que
decir-. Porque yo quiero mucho a mis dibujos.
-¿Y porque tú quieras mucho a tus dibujo vas a dejar que
me suspendan? -Zurzo puso cara de desgraciado, de muy desgraciado.
-No, Zurzo. Toma los ejercicios -Landa extendió la mano
con la libreta de las tareas-, pero los dibujos no. Hoy me ha pasado algo
que...
Landa se quedó con la palabra en la boca, Zurzo cogió la
libreta y se fue, corría más que el hombre que había bajado hace un momento del
tren, ese hombre que no vio a Landa, el que no le echó ni un eurillo.
Landa tenía mucha hambre y quería conseguir lo suficiente
para poder desayunar, almorzar y cenar. Quería conseguir lo suficiente como
para no tener que pedir más en todo el día y así poder dedicarse a dibujar en
su bloc.
Tocó una canción tradicional irlandesa y un pasodoble
español y una sardana catalana y hasta un rock and roll. Cansada de tocar y con
algún dinerillo en el bolsillo se fue a la cafetería de la Estación. El
camarero le puso un chocolate y un bollo con mantequilla. Landa se lo tomó
despacito. Las tripas, por fin, dejaron de hacerle cruc-cruc.
Después de comer se sentó en un rinconcito, al lado de un
radiador de la calefacción y allí se quedó dormida. Ya sabéis, había pasado muy
mala noche.
A las dos o tres horas abrió los ojos, la despertaron los
altavoces que anunciaban la salida del expreso que iba a Barcelona. Junto a
ella estaba sentada una niña con los brazos cruzados, pacientemente esperaba
que Landa se despertara. Era Olga, su amiga Olga.
-¡Hola, Landa!, ¿cómo estás? -dijo Olga con su voz
preciosa.
-¡Hola, Olga! Bien, ¿y tú cómo estás? -respondió Landa.
-Bien, bien -dijo Olga.
-¿Te ha dicho Zurzo que yo estaba aquí? -preguntó Landa.
-Sí, ha sido muy amable -dijo Olga.
-¡Ah, sí? -preguntó Landa.
-Sí, estaba muy contento porque ha salido voluntario a la
pizarra y ha hecho todos los ejercicios bien. El profesor le ha felicitado.
Landa se levantó y empezó a recoger sus cosas, Olga se
puso a ayudarla.
-¿Qué te ha pasado hoy?, ¿por qué no has ido al colegio?
-preguntó Olga.
-Nada... -contestó Landa.
Landa iba a contárselo todo, pero en ese mismo instante se
le formó un nudo en la garganta y le vinieron unas lágrimas a los ojos.
-No llores Landa -le rogó Olga-. No llores, por favor.
Anda, toma, te he traído arroz con leche.
El arroz con leche era el plato preferido de Landa y Olga
lo preparaba muy bien. Ponía en una cacerola el arroz con la leche, azúcar, una
cáscara de limón y canela. Le salía buenísimo, la receta se la había dado su
madre que también era muy buena cocinera.
Olga en invierno vivía en una residencia para estudiantes
y en vacaciones volvía a su bonita casa rodeada de cerezos donde su madre le
enseñaba a cocinar.
Landa cogió el tazón de arroz con leche y lo guardó en la
maleta.
-Me lo comeré más tarde, muchas gracias, Olga.
Landa y Olga se respetaban mucho y se hablaban con mucha
educación, como les gustaba que todo el mundo les hablase.
-Oye, ¿por qué no vamos al cine? Yo te invito -dijo Olga.
-Vale -respondió Landa, a quien le gustaba muchísimo el
cine.
Fueron a ver Fantasía que es una película de
dibujos animados donde cuentan muchas historias a la vez y tiene una música muy
buena. Además compraron palomitas y fueron totalmente felices durante un rato.
¡Qué emoción cuando se apagan las luces de la sala y se ve al ratón Mickey
dirigiendo una orquesta! Landa estuvo a punto de sacar el acordeón y acompañar
ella también a los músicos. Sí, pasaron un buen rato.
A la salida del cine volvieron a tener hambre, entonces
fueron a la residencia de Olga, allí en el portal del edificio, sentadas en las
escaleras, Landa le contó lo que le había pasado aquel día mientras se tomaba
el arroz con leche.
-Yo no comprendo por qué la gente se porta mal -dijo
Olga-. No comprendo por qué Sampo, Simpo y los otros te hicieron daño, tampoco
comprendo por qué te tiraron la página de los Jardines a un charco, no lo
comprendo. No comprendo la maldad. No la comprendo, no la comprendo...
Olga se ponía cada vez más triste, se imaginaba todo lo
sucedido y más entristecía, y cuanto más se lo imaginaba, más triste aún se
ponía, y estuvo a punto de caer en la tristeza absoluta si no es porque en
aquel momento Landa dijo:
-Es el arroz con leche más rico que he comido en mi vida.
Olga sonrió y le dio un besazo en la mejilla a Landa, un
beso tan fuerte que parecía que le iba a romper la mandíbula. Olga, además de
tener una voz hermosa y un pelo negro, negro, era muy fuerte.
-Anda, vamos a dar un paseo por El País de la Sencillez
-dijo Olga.
Landa abrió la maleta y sacó el bloc. Automáticamente
todos los Sencillos y las Sencillas se pusieron en el lugar exacto donde Landa
los había dibujado y automáticamente, cuando Landa volviera a cerrar el bloc,
los Sencillos y las Sencillas volverían a ocupar el lugar donde ellos habían
elegido estar. Así en la Página 1 solo estaba la Bicicleta de Agua, porque
María la Lechuza había vuelto a su cielo negro y en la Página 2 no había nadie,
absolutamente nadie, porque Mandarín había vuelto a su nido, Fernando a su
emisora de radio y Tórcer al garaje donde estaba estacionado. Todo eso pasaba
por arte de magia, como suelen suceder las cosas en los libros.
Las niñas se juntaron, acercaron sus cabezas y abrieron
el bloc azul del País de la Sencillez.
La Página 1 era la entrada, en grandes letras había
escrito: El País de la Sencillez y debajo había una Bicicleta de Agua
transparente. La Página 2 era la Página Blanca. La Página 3 era la de las
Montañas Gigantes y los Lagos de Hielo para patinar. La Página 4 era la de las
Cajas Llenas de Lazos Rebosantes. La 5, el Escondite de las Cartas y los
Sobres. La 6, la de las Nubes con Lluvia de Caramelos. La 7, el Lugar de los
Espejos de colores que no dejan reflejarte. La 8, estaba llena de Catalejos,
Prismáticos, Lentes y Caleidoscopios, (los caleidoscopios son como unos
catalejos que mezclan los colores). La 9 era la Página de las Carreteras. La 10
era un Mar para bañarse. La 11, una ladera llena de Merenderos y Arena para
hacer castillos. La 12 tenía Piscinas de Espuma. La 13 era la Página donde
estaba el Álamo Temblón. ¡Habéis acertado!, es la Página de los Árboles
Distintos. La 14 no estaba porque era la Página de los Jardines.
Landa y Olga se miraron en silencio.
-¿Ésa es la que han arrancado? -preguntó Olga.
-Sí -dijo Landa con la cabeza.
-¿Y no se puede salvar nada? -dijo Olga.
Landa sacó de la Maleta la Página arrugada y llena de
barro.
-Ésta es -dijo Landa mientras le daba la Página.
Olga la miró, estaba sucia y habían desaparecido todos
los jardines, hasta los más infinitos, solo en la parte superior había un hueco
sin barro.
-Mira -dijo Olga-, son Blun y Ríder, se han salvado, son
ellos, míralos.
Landa examinó la página y sí, eran ellos, eran Blun y
Ríder con sus tijeritas en las manos. Era el cuidador y la cuidadora de rosas.
¡Qué alegría!
-Voy a por un papel de calcar para que puedas ponerlos en
otra página -dijo Olga mientras subía las escaleras.
-¡Qué buena idea, Olga!
-¿Ah, sí? -dijo Olga que no valoraba mucho sus propias ideas
aunque, la verdad, eran excelentes.
-Sí, a mí no se me habría ocurrido -dijo Landa.
-No creas, tampoco es tan importante. Se me ha ocurrido y
basta
-contestó Olga.
Cuando Olga volvió con el papel de calcar, Landa tenía ya
elegida la página en que iba a poner a Blun Y Ríder. Sí, en la Página 2, en la
página que estaba vacía. Acabado el trabajo, Landa y Olga se sintieron muy
satisfechas.
-¡Qué bien!
-¡Sí, estupendo! Ahora solo tengo que pintar una nueva
página de Jardines -dijo Landa.
-¿Te llevará mucho trabajo? -preguntó Olga.
-Bastante, y lo malo es que no tengo lápices -dijo Landa.
-Yo te dejaré los míos -dijo Olga.
-Gracias -respondió Landa y miró hacia la calle.
Ya estaba atardeciendo, pronto se haría de noche y Landa
tendría que buscarse un sitio donde dormir. Olga se lo leyó en los ojos, pero
ella no podía hacer nada. Ya la habían castigado varias veces los responsables
de la residencia porque se había llevado a Landa a dormir a su cuarto y le
dijeron que la próxima vez la echarían.
-¿Por qué no duermes en el trastero?- dijo Olga
-No quiero meterte en un lío -respondió Landa.
-No se enterará nadie. Yo te dejaré mi estufa y te subiré
la cena. ¿De acuerdo? -dijo Olga.
-De acuerdo.
-¡Ah!, pero no se te ocurra tocar el acordeón.
¿Prometido? -dijo Olga.
-Prometido -dijo Landa con la mano en el corazón.
Las dos niñas subieron las escaleras sin parar de reír.
Llegaron hasta el tercer piso y allí, en la azotea, había una pequeña
habitación que los inquilinos utilizaban para guardar las cosas que ya no les
servían. Allí entró Landa contenta de tener un sitio, un sitio donde
resguardarse del frío y de la lluvia, porque parecía que estaba a punto de
llover.
Al rato llegó Olga con una sopa caliente y una estupenda
noticia: los almacenes El Buen Precio habían organizado una carrera popular y
al que ganara le regalarían una tienda de campaña y 1.000 euros. Landa podría
tener su casa aunque fuese de tela. Participarían las dos y estaban seguras de
que alguna de ellas ganaría.
Continuará en el Capítulo 4 titulado
¿Qué le pasa a Torcer?
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