Deprisa, deprisa, brincando entre los coches, por medio
de la ciudad, corría Landa sin volver la vista atrás. Apretado contra su pecho
llevaba el bloc de dibujo y dentro del bloc cerrado empezaba a despertarse la
Biblioteca del País de la Sencillez, la Zona Comercial del País de la
Sencillez, las Escuelas del País de la Sencillez y todos los habitantes del
País de la Sencillez, es decir, los Sencillos y las Sencillas.
Cuando el bloc estaba cerrado, los Sencillos y las
Sencillas se movían libremente por el País y se divertían como querían. Cuando
alguien abría el bloc todos volvían a estar en el sitio justo donde Landa los
había dibujado.
Esa mañana los Sencillos y las Sencillas se despertaron
con una noticia sorprendente: “¡Han desaparecido los Jardines, han desaparecido
los Jardines y con los Jardines también han desaparecido Blun y Ríder!”. Eso
decían los Sencillos y las Sencillas, eso se decían los unos a los otros hasta
que la noticia llegó al Ayuntamiento del País de la Sencillez. Y la alcaldesa,
que se llamaba Angelita Sin Alas, se paseaba por los salones de la alcaldía con
una tristeza incontenible.
-¡Angelita Sin Alas, no estés triste! -le dijo Fernando
Reportero.
-¿Pero cómo no voy a estar triste con la noticia que me
has traído?
-dijo Angelita Sin Alas.
Fernando Reportero era el encargado de dar las malas
noticias, solo las malas. A Fernando le dieron ese cargo porque acostumbraba a
asustar a los Sencillos y las Sencillas con malas noticias falsas y Angelita,
para tenerlo entretenido y que no molestara a nadie le dio ese empleo. En El
País de la Sencillez nunca había malas noticias así que Fernando tenía muy poco
trabajo, incluso llegó a presentar su dimisión, pero Angelita Sin Alas no la
aceptó. Al contrario, le dio una medalla al Mérito Mensajero y Fernando se quedó
en su puesto, delante de la emisora de radio esperando malas noticias de los
Mares de la Sencillez o de la Expedición a la Estrella Dorada de la Sencillez.
Hoy estaba especialmente nervioso porque era la primera vez que daba una mala
noticia verdadera.
-Es mi trabajo -dijo Fernando Reportero muy orgulloso.
-Ya lo sé, ya lo sé -respondió Angelita Sin Alas, que no
quería ofender a Fernando.
-Tú sabes que soy el mejor dando malas noticias.
-Sin ninguna duda eres el mejor -dijo Angelita sin Alas-,
¿pero tú estás seguro?
-Segurísimo -dijo Fernando Reportero mientras se ponía
recto como un militar.
-¿No será una de tus invenciones? -dijo Angelita Sin
Alas.
-Ni mucho menos -respondió ofendido Fernando Reportero.
-Perdona, Fernando, pero es que resulta tan increíble que
hayan desaparecido los Jardines de la Sencillez -dijo Angelita mientras cogía
el bastón de mando-. ¿Y no sabes cómo ha sucedido?
-Dice María la Lechuza que cuando esta mañana, antes de
irse a dormir, intentó entrar en la página del Jardín para oler las margaritas
se encontró con que no estaba, que había desaparecido. Ni corta ni perezosa se
subió a un poste de telégrafos y me llegó la desagradable noticia a través de
la emisora de radio. Yo, sin pensarlo, corrí a comprobar si era cierto y,
habiendo hecho las oportunas comprobaciones, vine al Ayuntamiento a
comunicártelo.
-Gracias, gracias Fernando -Angelita Sin Alas no paraba
de pasear por el salón de la alcaldía.
-Es mi responsabilidad -dijo Fernando Reportero mientras
se señalaba la medalla al Mérito Mensajero.
-¿Y qué dicen los Sencillos y las Sencillas? -preguntó
Angelita Sin Alas.
-¿Pues qué van a decir? Están desesperados. Sobre todo
los de la perrera porque el Jardín de los Perros Titiriteros ha desaparecido
también y ahora no saben a dónde llevarlos para que hagan su actuación.
-¡Qué desgracia! -dijo Angelita Sin Alas-, ¡qué desgracia
más grande!
-Sí que es una desgracia -dijo Fernando Reportero- y no solo
por los Jardines, sino además por Blun y Ríder.
-Hay que encontrarlos, hay que encontrarlos -dijo
Angelita Sin Alas mientras andaba aún más deprisa por los salones de la
alcaldía.
-Sí, ¿pero cómo? -preguntó Fernando y puso cara de
pregunta.
-Tienes que ir a hablar con el Álamo Temblón y con la
Bicicleta de Agua, ellos son los únicos que pueden saber algo. Que te acompañe
María la Lechuza -ordenó Angelita Sin Alas y dejó el bastón de mando dentro del
paragüero, junto a los paraguas azules.
Fernando Reportero salió del Ayuntamiento a paso rápido
evitando a todos los Sencillos y las Sencillas que querían preguntarle qué
pasaba, pero él no se detenía, tenía que encontrar a María la Lechuza, ¿dónde
estaría metida? Iba con la cabeza muy alta, miraba muy fijamente todos los
postes de telégrafos y los tejados de las casas. Sobre un tejado vio al Pájaro
Mandarín.
-Hola, Pájaro Mandarín -dijo Fernando.
-Hola -respondió el Pájaro Mandarín, conocido entre los
amigos como Mandarín a secas.
-¿Sabes dónde duerme hoy María la Lechuza?
María la Lechuza trabajaba de noche, revoloteaba por los
cielos del País de la Sencillez, guardaba el sueño de todos los Sencillos y
Sencillas hasta por la mañana y después se iba a dormir, pero María la Lechuza
no tenía una casa, cada día dormía en un sitio diferente y solo Mandarín sabía
el lugar exacto donde podía estar, porque él era el encargado de revolotear por
los cielos del País de la Sencillez cuando ya había amanecido, él y su primo el
Mandarín del Norte, y su otro primo el Mandarín del Sur, y su otro primo el
Mandarín del Oeste, y su otro primo el Mandarín del Este. En el cambio de turno
María la Lechuza siempre le comunicaba a Mandarín dónde iba a pasar el día por
si la necesitaba para algo.
-Hoy esta durmiendo en los límites del País de la
Sencillez, en la Primera Página, junto a la Bicicleta de Agua -dijo el Pájaro
Mandarín.
-Precisamente allí voy yo -Fernando se hizo el rezagado,
la verdad es que no le gustaba viajar solo-. ¿Te has enterado de la noticia?
-Sí -dijo Mandarín.
-¿Te imaginas que se pierda también la Página de las
Cajas Llenas de Lazos Rebosantes? -dijo Fernando-. ¡Qué tristeza! ¿Verdad,
Mandarín?
-Sí, amigo mío -dijo Mandarín.
-Ya no sabríamos cómo pasar los domingos -dijo Fernando-.
¿Te imaginas que desaparezca la Página de los Cines y con ella todas las
Pastelerías y el Paraíso de los Juegos Inventados? ¿Te imaginas que desaparezca
todo El País de la Sencillez, que no quede ni una página? ¿Te imaginas que nos
quedemos solos y...
-Basta, basta -dijo Mandarín-. No seas tan pesimista.
-¿Cómo no voy a ser pesimista si Angelita Sin Alas me ha
mandado a una expedición para que hable con el Álamo Temblón y la Bicicleta de
Agua y ahora me encuentro solo, perdido, sin nadie? -dijo Fernando Reportero
mientras sacaba un pañuelo y se secaba las lágrimas.
-Venga, venga, te acompaño y así no estarás tan solo.
Además podemos ir en Tórcer, verás qué viaje más divertido.
Mandarín y Fernando Reportero llamaron a Tórcer, el coche
que lleva a los Sencillos y las Sencillas de un lado para otro. Tórcer es un
coche muy bonito, es gris brillante y tiene unos cristales transparentes. A
simple vista es un coche normal y corriente, pero eso es a simple vista. Si te
detienes a contemplarlo te darás cuenta de que más que un coche, él se
considera el automóvil de la alegría, porque solo va a sitios bonitos. Cuando
los Sencillos y las Sencillas se montan en él, de repente les entran unas
cosquillas terribles y se ponen a reír a carcajadas.
Tórcer es un coche responsable y circula despacio y deja
pasar a los otros coches suntuosos o recién salidos de la fábrica que se ponen
a demostrar todo el dinero que sus dueños han pagado para comprarlos. Tórcer
nunca echa una carrera, dice que no le gusta competir y que prefiere que sus
viajeros vayan alegres y tranquilos mientras ven pasar el hermoso paisaje del
País de la Sencillez.
Como no podían hablar debido a las grandes carcajadas de
Fernando Reportero y a la sonrisa constante de Mandarín, hicieron todo el
camino sin cruzar palabra. Tórcer también estaba contento, muy contento porque
en este viaje iba a tener la oportunidad de visitar a su amiga la Bicicleta de
Agua que era muy resbaladiza y tenía una hermosa cualidad que Tórcer admiraba
mucho: Sabía contar historias de principio a fin, ordenando los hechos según
hubieran pasado en el tiempo. Así todas la historias de la Bicicleta de Agua
empezaban por la mañana y acababan por la noche, por eso también María la
Lechuza era muy amiga de ella.
En realidad en El País de la Sencillez todos eran muy
buenos amigos, los Sencillos y las Sencillas dicen que no es difícil ser buen
amigo y tienen un refrán muy conocido entre ellos que resume esa forma de ver
la vida: “Para que un Sencillo sea tu amigo solo debes dejarlo que sea una
Sencilla como ella quiera ser y no cómo tú quieras que sea.”
Así que, cada uno a su estilo, iban felices de excursión
hasta que llegaron al lugar donde debía de estar la Página de los Jardines y
no, no estaba. Entonces, entristecidos, decidieron parar en El Bosque de los
Árboles Distintos y comer algo, después visitarían al Álamo Temblón.
Mandarín subió a una palmera y lanzó a Fernando Reportero
un montón de dátiles y después se subió a un alfóncigo, (que es el árbol que da
pistachos) y le lanzó otro puñado a Fernando Reportero y después se subió a un
cocotero y lanzó tres cocos. Tórcer, Mandarín y Fernando se sentaron a la
sombra de un eucalipto a almorzar.
Disfrutaban de la comida y admiraban aquel tranquilo
bosque de árboles distintos cuando a lo lejos vieron el exagerado movimiento
del Álamo Temblón. Tórcer, ni corto ni perezoso, corrió hacia él y Mandarín
echó a volar. Fernando también se acercó a ver qué pasaba.
-Buenos días, Álamo Temblón -dijo Tórcer.
-Buuuuueeeenononos dííííías -dijo el Álamo Temblón con
evidente temblor.
-Buenos días -dijo Mandarín mientras se posaba en las
hojas redondas y temblorosas del Álamo Temblón.
El Álamo Temblón agachó una rama en señal de respuesta y
la rama que agachó era en la que estaba posado Mandarín. Mandarín cayó de
pronto y por poco no se la pega contra el suelo si en aquel mismo instante
Fernando Reportero no hubiera llegado y lo hubiera cogido entre sus manos.
-¿Qué es lo que te pasa, Álamo Temblón?, ¿no tiemblas
demasiado? -preguntó Tórcer.
-Eeeees pooooor eeeeel teeeerremoto -dijo el Álamo
temblón.
-¿Qué terremoto? -preguntó Fernando Reportero.
Es fácil de explicar que Fernando Reportero, aun siendo
el mensajero de las desgracias, no se hubiera enterado del terremoto que
ocurrió la noche anterior, y es que los Sencillos y las Sencillas son inmunes a
los terremotos. El País de la Sencillez puede moverse bruscamente sin que
ningún habitante se de cuenta de ello. Solo el Álamo Temblón es capaz de sentir
los terremotos porque es muy sensible y sus hojas se mueven al más mínimo soplo
de viento.
-Uuuun teeeremotooo queee hubo al aaamaneceeeer y deeesspués
huuubooo un huuuracán.
-¿Un huracán? -dijo Fernando Reportero.
-Sííííí.
-¿Y de dónde venía el viento? -preguntó Mandarín.
-De aallííí -dijo el Álamo Temblón.
-¿De la Página de los Jardines? -preguntó Tórcer.
-Eeefectivameeeente -respondió el Álamo Temblón.
-¿Sabes que han desaparecido los Jardines? -dijo Fernando
Reportero.
-Algo de eeesooo me temíaaaa.
El Álamo Temblón conocía muchas cosas, muchísimas cosas
que los Sencillos y las Sencillas no habrían imaginado jamás. El Álamo Temblón
conocía a los humanos.
Cuando pasó la sombra de unos dedos sobre sus ramas
supuso que alguien quería arrancar una página del País de la Sencillez. Y es
que el Álamo Temblón no era un dibujo como todos los Sencillos. El Álamo
Temblón era un recorte de una revista que Landa había pegado en el bloc, le
había echado pegamento solo a su delgado tronco, la copa del árbol estaba libre
y por eso sus hojas se movían tanto.
Desde que lo recortó Landa hasta que apareció en el bloc
recorrió un largo trayecto y en ese viaje aprendió bastante de los humanos.
Él suponía que el terremoto había sido causado por
cualquier persona que había cogido el bloc de Landa y lo había tirado por los
aires y que el huracán había sucedido porque algún desaprensivo había arrancado
una página. Y no andaba muy equivocado el Álamo Temblón.
¿Os acordáis como Sampo, Simpo, Sumpo y Sempo tiraron la
libreta? ¿Os acordáis cómo después de hacerle a Landa que le enseñara sus
dibujos arrancaron una página del bloc?
El Álamo Temblón era considerado por los Sencillos y las
Sencillas un poco fanfarrón porque a todos los que se acercaban a hablar con él
les decía que él conocía el origen del País de la Sencillez y que él conocía la
mano que los había creado a todos, a todos menos a él. Pero los Sencillos y las
Sencillas no le hacían caso aunque sabían que él era el único capaz de sentir
terremotos.
Tórcer, Mandarín y Fernando se quedaron boquiabiertos.
¿Qué estaba pasando fuera?, ¿por qué alguien se había atrevido a hacer
desaparecer del País de la Sencillez los hermosos Jardines?, ¿volvería a
suceder? Tórcer no dejó que el Álamo Temblón acabara su historia, temía que
quisiera contarles también su viaje desde el exterior y, sin pensarlo, arrancó
los motores y llamó a gritos a Mandarín y Fernando para que se subieran.
-Mandarín, Fernando, vámonos. Venga, vamos, tenemos que
averiguar si la Bicicleta de Agua sabe algo más.
-Noooo, eeeella nuuunca saaabrá naaaada nueeevo. Veeenid
aaquí y os hablaaaaré de loooos humaaaanos y os contaaaaré mi viaaje desdesde
el exteeeerior.
Tórcer aceleró, él conocía bien esa historia del viaje y
sabía que el Álamo Temblón no era como la Bicicleta de Agua que sabía contar
historias con principio y fin. No, el Álamo Temblón no sabía parar y no le
gustaba ponerle fin a la historia de su viaje porque se sentía muy orgulloso de
él y además le gustaba escuchar solo su voz, conque no dejaba a nadie hacerle
preguntas o pararse un poquito y escuchar la historia de otro.
El Álamo Temblón se quedó solo y Mandarín y Fernando se
marcharon deprisa montados en Tórcer. Cuando ya estaban en camino, Fernando y
Mandarín se miraron a los ojos profundamente. No tenían miedo, los Sencillos y
las Sencillas son incapaces de sentir miedo, pero en cambio sienten el doble de
curiosidad que cualquiera de nosotros. Así que sus miradas reflejaban ese deseo
de saber lo que pasaba y de saberlo pronto.
Llegaron a la Página de las Carreteras de las Afueras y
ahora tenían que elegir entre la carretera de chocolate negro, la carretera de
chocolate con leche, la carretera de chocolate blanco y la carretera de tocino.
Tórcer miró de reojo a Fernando y, decidido, se metió por
la carretera de tocino. Fernando se sintió un poco desilusionado, pero hasta él
mismo comprendió que era lo mejor. Fernando era tan goloso que se podía comer
la carretera y dejar sin camino a Tórcer.
Ir por la carretera de tocino iba a traer problemas, como
todos sabéis el tocino es muy resbaladizo. Tórcer tenía que ir con cuidado, con
mucho cuidado si no quería acabar en la cuneta de moras y fresas.
Fernando miraba con melancolía las carreteras de
chocolate, con mucha melancolía, y a Mandarín le dio mucha pena que su amigo
sufriera de esa forma. Se echó a volar y en el pico le trajo un poco de
chocolate con leche que era el que más le gustaba a Fernando. Tórcer sonrió por
el espejo retrovisor.
Viajaron durante tres o cuatro relojes de arena. El reloj
de arena es la forma de medir el tiempo en El País de la Sencillez. Cada reloj
de arena equivale a una merienda tranquila con una buena amiga o con un buen
amigo. Y se puede decir que no estaba mal teniendo en cuenta que el Álamo
Temblón se encontraba en la Página 13. Si calculáis bien, llegaréis a la
conclusión exacta: ahora se encontraban en la Página 2.
En la Página 2 se detuvo Tórcer, ya no podía más, estaba
cansado, muy cansado y necesitaba... No sé lo que necesitaba. ¿Comer?, ¿beber?,
¿descansar?
Fernando y Mandarín se preguntaban con curiosidad lo que
necesitaba Tórcer y se lo preguntaban con el doble de curiosidad que cualquiera
de nosotros. No les daba miedo empezar a andar hasta la Página 1, no les daba
miedo atravesar la Página 2 sin la compañía de Tórcer y eso que la Página 2 no
era muy divertida.
En la Página 2 no había nada, se llamaba la Página
Blanca, pero aunque no hubiera nada era muy fácil perderse, tirar para la
derecha creyendo que es la izquierda o andar para el Este pensando que es el
Norte, por eso les era tan necesario que Tórcer se echara a andar.
Tórcer cerró los ojos y se quedó quieto.
-¿Pero qué te pasa? -preguntó Mandarín.
Tórcer permaneció callado.
-Tórcer, anda, di que te pasa -rogó Fernando.
Tórcer no se dignó a responder. ¿Qué le pasaba a Tórcer?
(Continuará en el Capítulo 3, titulado
Landa en la estación del tren.
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